La campaña para alcaldía en Bogotá: No hay votos pa’tanta gente
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La renuncia de Carlos Vicente de Roux, del Partido Verde, y la anunciada renuncia de María Mercedes Maldonado, del movimiento Progresistas, deja como las opciones más destacadas en la contienda por la alcaldía de la capital a Enrique Peñaloza, Rafael Pardo y Clara López. Excepto Francisco Santos, cuya candidatura sólo tiene importancia política en la medida que representa al Centro Democrático y por ser el ahijado político del expresidente Uribe, pero que parece generar expectativas sólo al mismo Pachito, los candidatos restantes no tienen una trascendencia destacada.
El Partido Verde y el llamado Progresismo (denominación que aparece representando lo que sería el caudal electoral del actual acalde, Gustavo Petro) aparecieron en la capital, al lado del Polo Democrático Alternativo, como una opción diferente e independiente de los grandes partidos tradicionales y sus múltiples mutaciones (Partido Liberal, Partido Conservador, Cambio Radical, Partido de la U., etc.).
La base social y electoral de esos tres partidos se superpone y es básicamente la misma: una amplia franja de profesionales independientes, profesores universitarios, artistas, docentes de primaria y secundaria, franjas de la burocracia técnica de la Administración Distrital, etc.
Todo ese sector tiene una característica bastante progresiva: está hastiada hasta la coronilla del accionar de los partidos tradicionales, de los planes políticos y económicos que ellos defienden sólo en interés de la cúpula oligárquica del país y de las multinacionales de las cuales son vasallos. Está hastiada también y repudia el baño de sangre causado por el paramilitarismo (avalado por esos partidos tradicionales). Esa franja tiene posiciones globalmente democráticas y ha buscado expresarse políticamente en forma independiente; alejándose también en gran medida de las posiciones de las organizaciones guerrilleras con las cuales, en décadas pasadas, llegó a simpatizar.
Pero, por sus características sociales, esta franja es, políticamente, una veleta. Si bien una enorme mayoría de esos votantes sólo dependen de su fuerza de trabajo para sobrevivir, lo cual los hace “obreros”, no se reconocen como tales y le tienen pánico a reconocer la división de la sociedad en clases y atravesada por una constante y feroz lucha de clases. Por el contrario, sueñan con un país y sociedad ilusorios e idílicos en la cual –independiente de la ubicación de clase– todos pueden disfrutar de iguales derechos (que están consagrados en el papel); sin aceptar que, para lograr una sociedad verdaderamente igualitaria es imprescindible destruir el poder económico, político y social de la burguesía y el imperialismo que es la razón última de las inequidades y desigualdades sociales.
Por lo anterior, programáticamente todos esos partidos tienen un elemento esencial común: son completamente reformistas. Venden la ilusión de que es posible hacer algunas mejoras, retoques o ajustes para solucionar los enormes y estructurales problemas sociales generados por la explotación capitalista.
Lo típico de los dirigentes de los partidos que intentan expresar a esas franjas que genéricamente pueden denominarse pequeña burguesía (“clase media”, en la sociología burguesa), además del reformismo ya señalado, es su redomado oportunismo: todos ellos se acomodan al viento que más les favorece, cambiando incluso de “camiseta” según las ventajas personas o del pequeño grupo de seguidores que rodea a cada uno; saltando más de una vez a convertirse en agentes directos de la gran burguesía y sus gobiernos. Ejemplos sobran. El lector cuidadoso podrá elaborar su propia lista.
Para lo que interesa en el caso, y queda demostrado en la crisis de las candidaturas a la alcaldía de Bogotá que señalamos, es que en esas franjas de la pequeña burguesía urbana de las grandes ciudades del país, no hay voto pa’tanta gente. Tres partidos disputándose abiertamente el favor político de ese sector social, compitiendo entre sí por demostrar cuál es más reformista y oportunista, con enfrentamientos entre dirigentes que hasta hace poco compartían las mismas banderas, es mucha gente para tan pocos votos. Y los más sensatos, como oportunistas de cabo a rabo que son, intentan acomodarse al lado del que en cada momento esté mejor posicionado o más les ofrezca. Eso explica la que aparece como una desbandada. Algunos verdes volviendo a apoyar a Peñalosa, muchos progresistas decepcionados con el retorno al Polo a apoyar a Clara.
Los partidos reformistas, cuando ganan una importante influencia en el aparato de estado burgués gracias a la participación electoral y a alguna crisis o debilidad coyuntural de los partidos burgueses –y ese ha sido el caso de las tres últimas alcaldías de Bogotá–, se aferran rabiosamente a las prebendas y mieles que tal participación les brinda. Colocan algunos paños de agua tibia a las purulentas llagas que en la condición social de miles de habitantes produce la podredumbre del capitalismo. Pero tarde o temprano enfrentan la dura realidad: la gran burguesía se reacomoda, ajusta las cargas y se decide a retomar el poder; utilizando incluso agentes que, a conveniencia, también se han pintado de verde, como lo hizo Peñalosa en su momento. La recomposición actual de candidaturas en Bogotá, además de desbandada es también un movimiento casi desesperado por sacar a flote la candidatura de Clara, que no la tiene clara.
Como el pequeño burgués es bastante respetuoso de las “reglas de juego” no está dispuesto a hacer movimientos bruscos que signifiquen un “patear el tablero”. El único movimiento que podría sacarlos del atolladero actual, por lo menos en el caso de Bogotá, sería llamar al voto en blanco; al cual los invitamos, así sea improbable que lo hagan.
Antonio Camargo G.
Bogotá, 21 de septiembre de 2015