PST Colombia

Partido Socialista de los Trabajadores

Chávez y el socialismo

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Millones de venezolanos, especialmente trabajadores y habitantes de los sectores populares y las franjas más pobres de la población, así como de muchos países de América Latina, se dolieron hasta el llanto con la muerte de Hugo Chávez. Todos ellos sentían hacia él gran simpatía, lo consideraban el nuevo Libertador y revolucionario de talla mundial. Expectantes miran cuál será el camino que tomará la llamada Revolución Bolivariana y el proclamado socialismo del siglo XXI.
Quienes en la dirección del Estado venezolano y en el PSUV se reclaman herederos de Chávez harán todos los esfuerzos por mitificar su figura, su obra e ideología. La fuerza que hoy tienen –y que intentarán mantener– depende de continuar siendo considerados, especialmente en la conciencia de millones de venezolanos, como dignos herederos de la que mostrarán como la obra inconclusa de Chávez, la cual ellos estarían llamados a continuar. Sucede así con los grandes caudillos –tómese a Perón en Argentina, por ejemplo– y Chávez lo fue.
Es seguro que la ideología, concepciones y reivindicación “chavista” continuarán teniendo un peso decisivo en el accionar político de miles de activistas honestos, que creen sinceramente que el camino señalado por Chávez es el correcto. Lograr entablar un diálogo con esos miles de trabajadores activos políticamente –y con los millones que se reclaman chavistas sin tener gran participación política cotidiana–, que han surgido en Venezuela en los últimos 15 años siguiendo las orientaciones del Comandante, es decisivo para el desarrollo de cualquier opción socialista revolucionaria que ayude a avanzar el proceso revolucionario venezolano.
Cómo establecer ese diálogo, partiendo de qué elementos y buscando ir hacia dónde, es fundamental para poder ser escuchado por el trabajador que se reclama chavista. Si bien en la teoría científica es indiscutible que la existencia determina la conciencia es a la vez indiscutible en la teoría política que la conciencia determina en gran medida el comportamiento político activo. Por lo tanto, es imprescindible lograr establecer un diálogo político que le permita al trabajador y poblador que se reclama chavista avanzar en su conciencia.
No nos cabe la menor duda que en Venezuela es necesario lograr construir una herramienta política que oriente a los trabajadores –hoy chavistas por miles– en la continuidad del proceso revolucionario que catapultó al propio Chávez a la cima de sus simpatías convirtiéndose a la vez en freno y obstáculo para el avance de ese proceso revolucionario. Los próximos años serán decisivos en esa perspectiva pues la pérdida del caudillo abre, si no en el corto sí en el mediano plazo, un amplio espacio de discusión, reflexión y diálogo político entre esos miles de trabajadores honestos que expresan lo mejor que ha producido la propia revolución venezolana.

Primero que la conciencia… ¡las necesidades!
Por enésima vez el proceso venezolano confirmó que, en el sentido social más general, las revoluciones no se planean ni se preparan. Ellas surgen de las más agudas contradicciones de la sociedad actual, en la cual millones sufren las más grandes necesidades vitales en medio del derroche de riqueza, placeres y excesos de unos pocos, que se lucran de la riqueza que esos miles generan.
Las viejas castas políticas de la oligarquía venezolana –Acción Democrática y Copei–, que se aprovecharon durante décadas de la enorme renta petrolera del país mientras sumían en el hambre y el desespero a millones, saltaron en añicos con el alzamiento popular del 27 y 28 de febrero de 1989, el denominado Caracazo.
A partir de ahí, en medio de un proceso que configura una verdadera revolución, sin planeación, preparación o dirección consciente, la vida política venezolana cambió totalmente; cambió el nivel de conciencia de amplios sectores de masas y cambió toda la estructura política-partidaria a través de la cual las clases y fracciones de clase se representaban ante el conjunto de la sociedad.
Las masas, presionadas por sus necesidades más inmediatas, movilizándose y luchando constantemente, en oleada tras oleada de ese proceso revolucionario profundo, hicieron añicos el viejo régimen político del país, resquebrajaron o demolieron a las instituciones que lo sustentaban –excepto las Fuerzas Armadas– e instintivamente, sin saberlo ni planteárselo de manera consciente –pues esas no son sus preocupaciones– esperaban una opción de dirección para su proceso.

Chávez: producto de la revolución
Los grandes hechos sociales crean a los hombres que los personificarán. Si no hubiese existido el desparpajado y dicharachero coronel paracaidista, Hugo Chávez Frías, que el 4 de febrero de 1992 fracasó en un intento de golpe de Estado y que se rindió con la famosa expresión, “por ahora”, otro diferente física o psicológicamente –pero que reflejase el mismo proceso político revolucionario que vivía en ese momento la sociedad venezolana– hubiese surgido.
Chávez personificó la revolución porque no existía entre el complejo entramado de clases y sectores de clases de la sociedad venezolana que se colocaban del lado del proceso revolucionario ninguna otra opción más fuerte, más radical, más homogénea y sólida. Tal opción sólo podría haber provenido de la clase obrera a través de la existencia de un sólido núcleo de partido revolucionario que, construido previamente, lograse trazar las orientaciones, tácticas y consignas para avanzar hacia la construcción de un gobierno obrero y popular.
Igual que la naturaleza, la política y la lucha social no toleran el vacío; las revoluciones menos aún. En el brioso potro de los alzamientos revolucionarios siempre termina cabalgando alguien, tirando de las riendas hacia un lado u otro. Chávez, en ausencia de otro, derrotado tras el golpe, encarcelado por dos años e indultado, reunía todas las condiciones para hacer la personificación del proceso que lo creó y para convertirse, como ganador del proceso electoral de 1998, en el jinete de la revolución que, a la vez, cual domador de potros, amaestró quitándole gran parte de su brío.

Las condiciones desfavorables para la revolución
El proceso revolucionario que estalla en Venezuela en 1989 tuvo sus más importantes episodios en medio de un retroceso mundial de las luchas de los trabajadores, antecedido casi en su inicio del derrumbe de los estados obreros en la URSS y Europa del Este, en medio de la acelerada restauración del capitalismo en dichos países y en China. Producto de lo anterior existía una enorme confusión en la conciencia de millones de trabajadores en el mundo. Ellos habían visto durante décadas a estos países como su punto de referencia y al “socialismo” como una opción ante la miseria y penurias que en los países capitalistas tenían que soportar y presenciaban ahora el derrumbe de ese “socialismo”. Un verdadero vendaval oportunista permeó a casi todas las organizaciones que se reclamaban de una opción revolucionaria, de radical transformación social. Se dio así el terreno más fértil para justificar, avalar y teorizar sobre nuevas opciones y vías para la transformación social.

Salpicón tropical
Chávez, militar especializado en historia, asume como referente ideológico fundamental a Simón Bolívar. Pero el bolivarianismo, 200 años después, no es suficiente para construir un discurso de hondo calado a nivel de masas. Hoy lo que predomina en el planeta y en cualquier país es la más feroz lucha de clases de millones de trabajadores defendiéndose de los planes cotidianos de sobre-explotación de los capitalistas imperialistas y sus multinacionales. Y la única opción que aparece ante millones como una propuesta de una sociedad radical y completamente distinta es la opción de una sociedad socialista. Por eso, luego del intento de golpe de abril de 2002, orquestado por el imperialismo y luego del paro patronal de la tecnocracia de PDVSA de diciembre de 2002 y enero de 2003, Chávez refuerza su propuesta ideológica con las formulaciones “socialistas”.
Chávez completa entonces su doctrina y propuesta ideológica como el más sabroso y variado salpicón tropical, esa bebida fría, con variadas frutas de suculentos sabores, que es la delicia de propios y extraños en el Caribe. Chávez mezcla el bolivarianismo –buscando interpretar el amplio sentimiento de repudio a la opresión y sometimiento en los que el imperialismo norteamericano ha mantenido por décadas a América Latina–, con el socialismo –intentando aparecer como la opción de una transformación social radical. Pero a la vez, en su salpicón integra el más profundo respeto a la propiedad privada –nacionalizando sólo con pagos relativamente generosos a los propietarios.

Vientos favorables
Al régimen chavista le vinieron en suerte, más o menos rápidamente, vientos favorables. En febrero de 1999, cuando asume la presidencia, los precios del petróleo –principal producto de exportación de Venezuela, del cual obtiene cerca del 80% de sus divisas– estaban en los niveles más bajos en décadas, por debajo de los 10 dólares el barril. Con fluctuaciones, en un proceso de ascenso sostenido, los precios actuales bordean los 100 dólares el barril. Eso, para el Estado venezolano, ¡son millones a montón! Mientras en 1999 el total de las exportaciones de Venezuela bordeaba los 21 mil millones de dólares, gracias al aumento del precio del petróleo en el año 2005 se acercaron a los 36 mil millones saltando en el 2008 a los 93.5 mil millones.
A los favorables vientos económicos que comenzaron a soplar al inicio del régimen chavista se unieron rápidamente varios vendavales políticos en el continente en los primeros años del siglo XXI. En diciembre de 2001 estalla una verdadera oleada de alzamiento popular en Argentina que da al traste con el gobierno, en el 2002 Lula gana su primera presidencia en el Brasil, en el 2005 el dirigente del campesinado cocalero –Evo Morales– gana las elecciones en Bolivia y Correa en el Ecuador en el 2006.
Se generó una nueva realidad geo-política a nivel de América Latina, con gobiernos que, verbalmente, asumen algún grado de distancia de las exigencias del imperialismo norteamericano. A la vez, el propio imperialismo lidiaba con el empantanamiento de sus guerras en Irak y Afganistán.
El gobierno de Chávez supo aprovechar con enormes réditos esa realidad que le fue favorable, granjeándose una aureola de anti-imperialista y latinoamericanista. La enorme mayoría de la llamada “izquierda” del continente, en la forma más abyecta, se colocó como vocero del proyecto político chavista, encabezada, en primer lugar, por los retazos estalinistas que, huérfanos del Kremlin tras la restauración capitalista, buscaban afanosamente cualquier gobierno burgués progresivo al servicio del cual colocarse con su nefasta doctrina de revolución nacional y por etapas.

Paños de agua tibia, amigos “socialistas” y otros
A la vez, apoyándose en la gigantesca renta petrolera, Chávez lanza un conjunto de planes que contribuyen a paliar las más angustiosas necesidades de millones de necesitados en Venezuela. Aparece así como salvador ante las masas agobiadas por sus necesidades y se granjea inmediatamente su simpatía. Ese es el camino por el cual tiene que optar cualquier dirección que, obligada por las circunstancias, toma el mando de un proceso revolucionario pero busca mantenerlo dentro de los marcos de la actual sociedad capitalista: reformas más o menos radicales, que sin duda benefician a miles o millones, pero que no significan en lo más mínimo derribar las bases fundamentales sobre las que reposa la explotación y la opresión.
Las nacionalizaciones de empresas, los programas masivos de asistencia médica a la población, los programas sociales de vivienda y mercados a bajo costo son, todas ellas, medidas progresivas, miradas con simpatía por los millones de explotados y oprimidos, que rinden enorme rédito político al gobierno que las desarrolla, pero que no rompen los pilares de la dominación burguesa-imperialista en un país.
Combinado con el plan económico y político interior Chávez lanza una gigantesca ofensiva estratégica a nivel de América Latina y el Caribe. Cual hermano rico y generoso negocia con los gobiernos burgueses con quienes establece relaciones amistosas y condiciones significativamente favorables de suministro de petróleo. Pasando por la Nicaragua de Daniel Ortega, el gobierno de Honduras de “Mel” Zelaya, el caso más significativo es el de Cuba, que arrastraba penosas dificultades luego de haberse hundido la “ayuda” soviética. La dirección cubana (en especial Fidel Castro) endosa a Chávez el prestigio que aún mantiene en amplios sectores de la llamada izquierda latinoamericana y entre miles de trabajadores que aún la consideran “socialista”, intentando trasladarle los “títulos socialistas” de la propia revolución cubana. Como contrapartida de ese endoso la dirección cubana obtiene un socio comercial privilegiado que puede cubrirle las necesidades energéticas.
Sin pararse en pelillos, al servicio de su política internacional, el régimen chavista y el propio Chávez terminó en aliado, amigo personal y defensor de gobernantes y regímenes contra los cuales las masas trabajadoras y populares se alzaron en los últimos años. Es un capítulo aún no cerrado, una página de ignominia, el respaldo público y político brindado por Chávez al régimen libio encabezado por Gadafi o al régimen sirio de Bashar al Assad.

Los nubarrones del futuro
Muchos elementos indican que la combinación favorable de circunstancias, excluido el cáncer que terminó prematuramente con su vida, que actuaron a favor del gobierno y régimen chavista está cambiando aceleradamente, para peor. Más allá de las especificidades de Venezuela existe un desgaste importante de los llamados gobiernos progresistas en América Latina a pesar de que aún el aliento les alcance a algunos para hacerse reelegir (como Correa en Ecuador o posiblemente Dilma en Brasil).
Ese desgaste está asociado con la crisis económica mundial que, quiéranlo o no, los obliga a descargar sobre los hombros de los trabajadores medidas de austeridad cada vez más drásticas. Ninguno de esos gobiernos o las direcciones políticas que los sustentan tiene como política, ni como estrategia, ni como programa, producir un rompimiento pleno con la estructura económica capitalista en sus respectivos países. Menos aún se proponen encabezar un movimiento revolucionario, así fuese sólo continental, que plantee avanzar decididamente en la construcción de una opción socialista, proclamando por ejemplo una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina.
Y las revoluciones, como todo proceso político y social, están en permanente movimiento, cambio y transformación. Avanzan o retroceden. Las conquistas que ellas logran para las masas (así aparezcan como dádivas de un generoso salvador o caudillo) o se afianzan y se profundizan o les son nuevamente arrebatadas y toda conquista puede convertirse rápidamente en una derrota.
El anterior es el dilema que enfrentará el pueblo venezolano así sea con el posible triunfo de Maduro en las próximas elecciones de abril. La revolución que arrancó en 1989, que presenció el vertiginoso ascenso del coronel paracaidista que terminó de Presidente, es imposible de embalsamar.
Una batalla continua, permanente y constante se mantendrá en Venezuela. Por un lado, el imperialismo aliado con las castas burguesas que le son plenamente lacayas, buscará retornar a una situación de control pleno y dominio total sobre las enormes reservas petroleras del país –las mayores del planeta. Por otro lado, la nueva burguesía que ha surgido en el proceso, la boli-burguesía, intentará llevar hasta límites extremos el mito de Chávez, buscando mantener en sus manos el respaldo político que millones le dieron al caudillo. En medio de ese complejo proceso es necesario construir una opción que, sin compromisos con unos ni con otros, levante y defienda un programa revolucionario alrededor del cual se aglutine una opción obrera, de clase, internacionalista que abra cauce para el avance de la revolución que fue contenida durante casi década y media por el estrecho molde chavista.
Caracas, 3 de abril de 2013