¿Cuál es el legado de Chávez?
Desde que Chávez anunció públicamente, el día 8 de diciembre, la reincidencia de su cáncer y una nueva cirugía de emergencia, en Cuba, poco o nada se sabe sobre su real estado de salud. Especulaciones y rumores aparte, es casi un consenso que la grave situación del dirigente bolivariano es irreversible y que, muy difícilmente, él regresará al cargo de presidente.
Se debe respetar la conmoción de numerosos activistas y militantes honestos, ante el drama personal de Chávez. Pero, los acontecimientos recientes en Venezuela reabren el debate sobre el chavismo y el real significado de su “Socialismo del Siglo XXI”.
Durante los 14 años en que estuvo al frente del país, Chávez se convirtió en principal referente para gran parte de la izquierda en el mundo. “Hoy tenemos una economía en transición al socialismo”, llevó a decir, el vice-presidente Nicolás Maduro, que la política del gobierno no cambiaría durante el tiempo en que Chávez estuviese convaleciente en La Habana.
Pero, ¿sería lo mismo Venezuela dirigida por el chavismo, en un país rumbo al socialismo o, por lo menos, un avance en la lucha contra el imperialismo?
Un nacionalismo burgués con nuevo ropaje
El fenómeno, que posibilitó el surgimiento del chavismo, fue un producto de la movilización de las masas venezolanas. En 1989, una verdadera insurrección popular, contra la miseria y la inflación, conocida como “Caracazo”, había sacudido al país. el gobierno consiguió sofocar la revuelta, pero la crisis económica y política sólo se profundizaron. En 1992, el entonces teniente coronel, de las Fuerzas Armadas, Hugo Chávez, se aprovechó del desgaste del gobierno de Carlos Andrés Pérez, para implementar un golpe de Estado. Chávez fracasa, va preso, pero se transformó en un referente político.
En 1998, el militar de discurso nacionalista, ya amnistiado, lidera un frente de partidos reunidos en el "Movimiento V República" (MVR) y vence en las elecciones presidenciales, poniendo fin a la hegemonía de 40 años de los partidos tradicionales de la derecha. La Venezuela que Chávez asume es un país con una brutal desigualdad social y pobreza y con los políticos desacreditados, después de sucesivos escándalos de corrupción.
En el gobierno, Chávez anuncia su “revolución pacífica”, o sea, una política de cambios graduales por dentro del Estado burgués, apoyándose, sobre todo, en su base social, las Fuerzas Armadas. La nueva constitución, promulgada en el 2000 tuvo, como principal medida, centralizar aún más el poder en las manos del Ejecutivo. Con la ola de revoluciones, que pasó por América Latina, en el cambio de siglo, Chávez fue reorientando el discurso nacionalista a su versión peculiar de socialismo.
Si, por un lado, Chávez y su gobierno son productos de la movilización de las masas, sin embargo, por otro, se coloca a la cabeza de ese proceso para institucionalizarlo, desviándolo a una política nacionalista burguesa, autoritaria y que, a pesar del discurso, no rompe con el imperialismo.
Apoyado en un sector de la burguesía venezolana, que estuvo a su lado, incluso antes de ser electo, el gobierno pasó a la cooptación de las direcciones sindicales y de los movimientos populares. En el 2007, Chávez avanzó aún más en su proyecto de centralización política, al lanzar las bases del PSUV (Partido Socialista Único de Venezuela), un partido con el objetivo de reunir a toda su base y a la izquierda, colocándolos bajo la disciplina chavista. Quien no adhirió al partido de Chávez, fue tachado de “contrarrevolucionario”, aunque la leyenda también reuniese a “empresarios socialistas”.
Producto de la cooptación de dirigentes del movimiento, de la aproximación a los empresarios leales al régimen y de la corrupción en el aparato del Estado, surge incluso la llamada “boliburguesía”, la burguesía “bolivariana”, que se enriquece gracias a los negocios con el Estado. Entre los ejemplos más prominentes de ese sector están el presidente de la Asamblea Nacional y uno de los principales dirigentes del chavismo, Diosdalo Cabello y el presidente de la PDVSA, la estatal del petróleo, Rafael Ramírez, ambos figuran entre los hombres más ricos de Venezuela. Cabello es dueño de tres bancos, industrias y acciones en empresas que mantienen negocios con el Estado.
Las nacionalizaciones realizadas con fanfarria por el gobierno de Chávez, por su parte, no pasan de adquisiciones de acciones de empresas, concordadas con las multinacionales del sector, sin ningún conflicto. Eso ocurre, principalmente, en el sector petrolero, en el que PDVSA participa con empresas mixtas, junto con las multinacionales del área, como también en la CANTV (Compañía Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela), una de las mayores y más lucrativas empresas del país en la que, a pesar de ser oficialmente estatal, tiene la mayor parte controlada por empresas privadas.
La Venezuela dejada por el chavismo
No sería justo atribuir los graves problemas sociales de Venezuela sólo al chavismo. Durante décadas la derecha tradicional gobernó el país, atendiendo los intereses del imperialismo y convirtiendo a Venezuela en uno de los países más desiguales y pobres del continente. Sin embargo, pasados 14 años de gobierno de Chávez, esos problemas persisten y tienden a empeorar ante el agravamiento de la crisis económica.
Los programas sociales del gobierno venezolano redujeron la pobreza extrema del país de 49% en 1999 a 29.5 %, en el 2011 (datos de la CEPAL). Aún así, está por encima del promedio de América Latina, de 28.8%. En la zona rural del país, los niveles de pobreza llegan al 59%.
En los últimos 10 años, el conjunto de países del subcontinente, fue favorecido por la alta demanda de materias primas, sobre todo de China. La condición de exportadores de commodities permitió un relativo crecimiento y, en general, las tasas de pobreza y desempleo mejoraron, como ocurrió en Brasil, aunque los problemas sociales estructurales estén más presentes que nunca (la región cuenta, incluso, con 167 millones de personas por debajo de la línea de pobreza). Incluso así, en el 2011, Venezuela fue a contramano de ese proceso y tuvo un aumento del 1.7% en el índice de pobreza y del 1% en la tasa de indigentes.
La verdad es que, por detrás del discurso pretendidamente revolucionario del chavismo, se esconde una política económica que, en sí, no difiere mucho de los gobiernos anteriores. Es totalmente dependiente de la exportación de petróleo (representa el 90% de las exportaciones venezolanas y algo como el 30% del PBI), continúa acoplado y pagando al día la deuda externa (que pasó del 14% del PBI, en el 2008, al 30%, en el 2010) y con una de las más altas tasas de inflación del mundo que, en el 2012, cerró en el 20% y que alcanza de forma dramática a los más pobres. Como si eso no bastase, la violencia urbana explotó en los últimos años.
Por detrás de esa situación, que continua afligiendo al pueblo Venezuela, está un sistema que permanece beneficiando a las grandes empresas y al imperialismo.
La farsa del “antiimperialismo”
No es por demás que la Organización de los Estados Americanos, la OEA, haya aceptado la maniobra del gobierno en postergar, indefinidamente, el actual mandato ante la imposibilidad de Chávez en comparecer a la ceremonia de posesión, que debió ocurrir el 10 de enero. El imperialismo contrarió a buena parte de la derecha venezolana, con el fin de garantizar una estabilidad política que, en última instancia, lo beneficia.
Ejemplo de esa situación fue lo que el director para mercados emergentes, del Eurasia Group, Christopher Garman, expresó al periódico Estado de Sao Paulo, el día 9 de enero: “Existe la percepción que una Venezuela post Chávez puede ser mejor para los negocios, pero tenemos que recordar que las instituciones políticas fueron creadas en torno a Chávez”, explicó, para después afirmar: “Con la oposición o con un chavismo sin Chávez, nuestra preocupación es que la inestabilidad política e institucional pueda repeler a las inversiones y la confianza del inversor”.
El sector más importante de Venezuela atiende los intereses del imperialismo. Gran parte del petróleo crudo, exportado por el país, por ejemplo, tiene como destino los EE.UU. (abasteciendo el petróleo que la potencia dejó de contar lo desencadenado en Medio Oriente). En cuanto a eso, Venezuela se ve obligada a importar petróleo refinado, así como una serie de productos básicos que no fabrica.
La desnacionalización de la producción del petróleo, cuyo marco fue la quiebra del monopolio estatal en 1995, se profundizó con Chávez y hoy, las gigantes del sector, se apoderan de la materia prima venezolana. La PDVSA actual, trabaja junto con grandes empresas multinacionales, que también cuentan con áreas exclusivas de explotación. Empresas como Conoco-Phillips, Chevron-Texaco y Exxon-Mobil controlan algo como el 40% de la producción del país.
Pero, si desde el punto de vista económico, Venezuela no contraría los intereses del imperialismo, ¿políticamente Chávez sería un apoyo a la lucha antiimperialista en la región? Lamentablemente, ni siquiera eso. En el 2011, el gobierno venezolano dejó a la izquierda perpleja al apresar al representante de las FARC, que visitaba el país, el periodista Joaquín Pérez Becerra, y enviarlo al gobierno de Colombia.
Chávez asumió, públicamente, la responsabilidad por la medida, que pasó por encima de cualquier ley internacional en defensa de los refugiados y exilados políticos, apenas para atender un pedido del presidente colombiano Juan Manuel dos Santos, sucesor de Alvaro Uribe.
La izquierda chavista, que tanto aplaude la forma efusiva de cualquier palabra del presidente contra los EE.UU., se calló. Y la historia mostró, una vez más, que el nacionalismo, en un país periférico, no es capaz de contraponerse al imperialismo.
La responsabilidad de la izquierda
Más allá de los discursos ufanistas de la cúpula chavista, las perspectivas no son nada buenas para los trabajadores venezolanos. La situación de la economía se agrava, el aumento de la deuda pública provoca un rombo en las cuentas y un déficit fiscal del 20%. Poco antes de la internación de Chávez, el gobierno preparaba el anuncio de un paquete de ataques, a fin de enfrentar la crisis. Coyuntura que ya viene produciendo rasguños en el gobierno.
El desgaste del chavismo se expresó en las elecciones de octubre cuando, a pesar que Chávez ganó con relativo margen, la ventaja del de 54% de los votos contra el 44% del candidato adversario fue la menor desde las elecciones de 1998. Gran parte de los votos del candidato de la derecha, el gobernador de Miranda, Henrique Capriles, se dio porque muchos trabajadores resolvieron “castigar” a Chávez.
Sin una alternativa política, que consiguiese identificar, muchos trabajadores que rompían con el chavismo, acabaron dando su voto al representante de la derecha. La misma derecha que destruyó al país en los años 1980 y 1990 y que, alejada del poder, intentó un golpe, en el 2002, contra el gobierno de Chávez.
Ese es el dilema de la izquierda. El gobierno de Chávez cuenta, hoy, con el apoyo de la gran mayoría de la población, sobre todo de los más pobres. Por eso, tal apoyo está ligado a los programas sociales (las “misiones”), asistencialistas, que constituyen fuente de sobrevivencia de millones de personas. Además de no resolver los problemas estructurales del país, tales programas tienden a desaparecer ante el agravamiento de la crisis.
La gran mayoría de la izquierda socialista, sin embargo, no sólo no se lanzó a la tarea de construir un polo independiente, clasista, sino que se pasó con bolsas y maletas al lado del chavismo, ofreciendo un apoyo casi que incondicional al dirigente bolivariano y a su nacionalismo burgués. Y ahí está el drama para los trabajadores. ¿Cuándo las masas venezolanas hicieron su experiencia con el chavismo, cuál es la alternativa que aparecerá para la clase trabajadora? Ninguna, además del retroceso de la derecha.
El ejemplo de Lula en Brasil, el chavismo va a contramano del clasismo y lanza confusión entre los trabajadores, al afirmar que es posible llegar al socialismo junto con los empresarios. Impide la libre organización de los trabajadores, al reprimir y limitar la actuación de los sindicatos, partidos y movimientos independientes. Trata de hacer creer que el desarrollo de Venezuela no es antagónico a los intereses del imperialismo y sus empresas.
La única política realmente progresiva, que se puede tener ante esa compleja coyuntura es la lucha por la organización independiente de los trabajadores, denunciando a la derecha neoliberal y proimperialista y explicando pacientemente a las masas venezolanas, el real papel y carácter del chavismo.