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Dialogamos con el Dr. Araujo sobre variados temas de actualidad nacional. Sobre las negociaciones de paz que se desarrollan en La Habana, sobre las posiciones de las FARC y el gobierno en las mismas, sobre los derechos de las víctimas, etc. Igualmente sobre las elecciones del próximo mes de octubre, sobre las características del régimen electoral colombiano, sobre cuáles serían las mejores opciones de participación en dichas elecciones, etc.
Por lo extenso de la conversación hemos decidido presentar la misma, en forma de entrevista, en varias entregas. “Sin pelos en la lengua”, en la forma franca y directa que lo caracteriza, el Dr. Araujo expresó sus posiciones; en las cuales combina su interpretación jurídica con categóricas opiniones políticas. Bienvenida la polémica que ellas puedan suscitar.
El Socialista. Dr. Araujo, ¿cómo se ubica usted ante las actuales negociaciones de paz?
Jaime Araujo Rentería. En relación con el tema de la paz lo primero es definir en qué sector se coloca uno. O se coloca en el sector de los que están negociando donde, paradójicamente, ambos sectores han sido victimarios, o nos colocamos en la posición de lo que hemos sido siempre: sociedad civil a quienes le han vulnerado los derechos. Nos han vulnerado los derechos los que hoy están en la mesa, pero también otros que no están en la mesa.
Desde mi posición personal, hacemos parte de la sociedad civil y nos han violado nuestros derechos. Ese punto de partida trae importantes consecuencias. Que como sociedad civil nos hayan violado el derecho a la paz, que es un derecho fundamental, quiere decir que ahora, quienes nos lo han violado, ¿nos están haciendo una gracia, una merced o nos están concediendo un privilegio al cesar en su violencia sobre la sociedad civil? Nosotros creemos que no.
E.S. ¿Podría explicar un poco más el significado del derecho a la paz, sus titulares y cómo ejercerlo?
La historia del derecho a la paz demuestra una relación inversa a la tradicional del desarrollo de los derechos humanos. Normalmente los derechos humanos han venido del ámbito interno al ámbito internacional. El derecho a la paz ha tenido una evolución contraria. Comenzó en el derecho internacional y ha venido al derecho interno. Y en derecho internacional, cuando se fue creando el derecho a la paz, surgieron las preguntas de quienes eran los titulares de esos derechos. Uno encuentra declaraciones de organizaciones internacionales, en la ONU, de la propia Unesco, que los atribuían por ejemplo a los pueblos, a las naciones, a esos sujetos colectivos. El derecho a la paz como un derecho de sujetos colectivos. En Colombia no existe duda, por mandato del artículo 22 de la Constitución, que es un derecho de cada uno de los colombianos, como individuos o personas lo tenemos; es además, un derecho fundamental y como tal irrenunciable; la consecuencia es que lo tenemos y no podemos desprendernos de él, aunque quisiéramos.
Normalmente el principal violador de los derechos humanos, incluido el derecho a la paz, son los Estados. Entonces a los individuos les toca reivindicar sus derechos contra todo el poder político. Y cuando decimos poder político comienza por el gobierno, también el Congreso y los jueces; porque también los jueces pueden violar derechos fundamentales. Por ello he sido partidario de la tutela contra providencias judiciales.
No hay duda en que los individuos son titulares del derecho a la paz, para ejercerlo frente al Estado, en primer lugar y frente a cualquier otro sujeto que pueda violarlo, público o privado.
Hoy, a diferencia de antes cuando se decía que para que un derecho fundamental pudiera respetarse y aplicarse se necesitaba una ley para permitirlo –entonces los Congresos nunca sacaban las leyes, para que se siguieran violando los derechos humanos– está claro que son de aplicación inmediata y son obligatorios para todos los funcionarios del Estado y para los particulares. En Colombia, como derecho fundamental es un derecho que es irrenunciable.
Adicionalmente, es un derecho para cuya defensa y ejercicio podemos asociarnos, porque el grupo como tal puede tenerlo. Pero no necesariamente su ejercicio está condicionado a que yo pertenezca a un grupo. De tal manera que no es cierto que yo tenga que pertenecer a un movimiento como Colombianos por la Paz, de Piedad Córdoba, o al Frente por la Paz, para que pueda ejercer mi derecho a la paz. Cada uno de nosotros puede ejercerlo individualmente o puede asociarse con otros, en cualquier movimiento u organización, para ejercer el derecho a la paz.
“Nada ganamos nosotros con tener un proceso de paz donde al final los únicos que han obtenido beneficios son los dos actores armados”
E.S.: ¿Qué relación existe entre el derecho a la paz y otros derechos fundamentales?
J.A.R. En esa evolución histórica, el derecho a la paz primero apareció como un derecho negativo. Era la negación de la violencia. De la violencia física, como primera negación. Inicialmente, el derecho a la paz se entendía como la ausencia de violencia, en primer lugar de violencia física.
Después apareció otra connotación, también negativa: ya no era solo la ausencia de violencia física. Era también la violencia moral, la violencia psicológica.
Luego el derecho a la paz ha adquirido una connotación positiva. No se podía tener el derecho a la paz si además de eso no se tenían acciones positivas alrededor de los otros derechos del hombre: la salud, la educación, la vivienda, el trabajo. Eso es muy importante, porque – yo lo he dicho claramente y ustedes me lo han oído decir– el proceso de paz que nosotros queremos es un proceso de paz con justicia social.
Cuando decimos justicia social decimos que haya más derechos. Nada ganamos nosotros con tener un proceso de paz donde al final los únicos que han obtenido beneficios son los dos actores armados, que además, como lo dije al comienzo, han sido también victimarios.
Y, entonces, con la bandera de la Paz, el presidente ya obtuvo un beneficio y en el futuro espera obtener otros, se reeligió; y las FARC también pueden obtener beneficios –de un lado, no responden por los delitos por los que ya están condenados y por el otro, sus dirigentes pueden terminar en el Congreso. Entonces, las dos partes obtienen beneficios. Pero el resto de la comunidad, y sobre todo la sociedad civil, que somos nosotros, no obtiene ningún beneficio. No obtiene más derechos, pues el de la paz ya lo tiene en la Constitución, otra cosa es que ambos actores armados se lo violen diariamente.
“No sólo los que han tomado las armas han sido rebeldes. Y no sólo ellos son revolucionarios. Y no sólo ellos son demócratas”
E.S. Las FARC justifican o validan todo su accionar sobre la base del derecho a la rebelión, contra un régimen reaccionario, injusto, que ha negado y violado todos los derechos. Todo el discurso de ellos se apoya en justificar su accionar militar sobre la base del derecho a la rebelión. ¿Cómo compatibiliza usted ese aspecto del derecho a la paz con la valoración del accionar político de las FARC vía el levantamiento armado?
J.A.R. Hay que hacer varias distinciones. La primera distinción es que no siempre la rebelión pasa por la violencia o el levantamiento armado. Yo he sido un rebelde y ustedes han sido y son también rebeldes. Esa es una primera diferencia. O sea, uno puede oponerse al orden de cosas existente, sin necesidad de acudir –necesariamente– a la lucha armada. Eso hay que dejarlo claro.
No sólo los que han tomado las armas han sido rebeldes. Y no sólo ellos son revolucionarios. Y no sólo ellos son demócratas. Eso hay que decirlo claramente. Quienes estamos dentro de la lucha política contra el orden de cosas existente, por el hecho de que no hayamos tomado las armas no quiere decir que no seamos revolucionarios. Ni a ellos los hace más revolucionarios el hecho de que hayan tomado las armas.
Yo entiendo la razón de esa lucha pero no creo que, necesariamente, ella pasaba por el alzamiento armado. Por eso yo no tomé las armas. Pero entiendo la explicación, digamos así. Otra cosa distinta es que eso justifique todo. Porque no hay duda que en ese proceso de oponerse al orden de cosas existente unos se oponen por medios no violentos que también son igual o más revolucionarios. No olvidemos que Gandhi derrotó al imperio más armado del mundo sin disparar un arma, con la sola desobediencia civil. Y Martin Luther King cambió el régimen de Estados Unidos –por lo menos en el tema del derecho racial– también sin tomar ni un arma. Entonces no podemos decir que sólo las armas son lo único que produce cambio.
E.S. ¿Quiénes toman la vía armada, qué límites tienen?
J.A.R. No se puede, bajo el pretexto que tomé la vía armada, no respetar un mínimo de civilidad en ella. Parte del debate sobre la paz y sobre las responsabilidades que deben asumir todos los actores armados, incluida la guerrilla, frente a la sociedad civil, está ahí. ¿Dónde trazamos el límite? Por ejemplo, están los denominados delitos de lesa humanidad; o genocidio. Porque hay cosas que no aparecen claras en el tema de la lucha de los grupos armados.
En el delito político hay dos grandes teorías. Una: el fin justifica todos los medios. Es el maquiavelismo en la lucha política. El hecho de que yo me declare en rebelión, ¿justifica que use cualquier medio?
Hay unos medios que la gente no entiende y no acepta.
Me explico: si yo tomo las armas contra el Estado y voy a hacer propaganda contra el Estado, si voy a El Tiempo para que me publiquen una propaganda, pues no me la van a sacar. Entonces es probable que necesite una imprenta clandestina. Si voy a enfrentar al estado por las armas y voy a Indumil a comprar un revólver, pues no me lo van a vender. ¿Correcto? Me tocará comprarlo en mercado negro. Pero de ahí a que otras cosas como esas de lesa humanidad están permitidas, ya ahí no hay acuerdo.
Eso tenemos que tenerlo claro porque vamos a tener ese problema con la comunidad internacional y con millones de colombianos que ni comprenden ni aceptan múltiples acciones de la guerrilla; como el secuestro de civiles para financiar su actividad.
Hay otros temas, complejos. El del narcotráfico, por ejemplo. Yo hago la pregunta ¿Es inescindible la conexión entre narcotráfico y delito político? De pronto sí, pero de pronto no. No necesariamente para hacer la revolución en Colombia los grupos armados, al margen de la ley, tenían que untarse de narcotráfico.
Me parece a mí que ahí hay temas de discusión que no están lo suficientemente claros. Pero bueno, ese es sólo el aspecto que usted me preguntaba de cómo miramos los que han sido rebeldes con las armas en la mano y los que no han sido rebeldes con las armas la mano.
Pero además, yo le digo, desde el punto de vista político… Yo le puedo hacer una evaluación… Y en mi sentir fue un error de algunos sectores de la izquierda colombiana creer que si no se tomaba el fusil se dejaba de ser revolucionario. Yo creo que esa concepción de que no había revolucionario si no se pasaba por la lucha armada… es respetable a quienes lo hicieron. Pero quienes no lo hicieron no dejaron de ser revolucionarios. Es más, yo le puedo decir a ustedes, para mí, no estoy hablando a nombre de nadie, el hecho de que el padre Camilo fuera a coger un fusil –porque esa era la mejor forma de ser revolucionario, y lo mataron en ese acto– retrasó la revolución en Colombia. Hubiera sido mejor que el padre Camilo hubiera seguido como revolucionario sin adoptar la posición que solamente teniendo un fusil como guerrillero podía ser revolucionario. Igual lo habrían podido matar, pero el efecto de su muerte hubiese sido completamente distinto en el proceso político del país, pues el “costo político” que para la burguesía hubiese sido bien diferente.
E.S. En el balance que nosotros hacemos de la guerrilla globalmente tenemos esa misma interpretación. Si la mayoría de nuestra generación, la del 45, no se hubiera ido a la guerrilla, y hubiera ido al movimiento obrero y al campesino –pero no desde el punto de vista de la guerrilla sino a hacer un trabajo de masas–, es posible que la historia de este país fuera distinta. Se sacrificó una generación en un método político equivocado. Una generación, muy brillante y muy buena, que se sacrificó con unos métodos absolutamente equivocados. Y eso es un problema que también hay que planteárselo a las FARC y a quienes ideológica y políticamente auparon el accionar guerrillero por más de seis décadas. Es decir, se metieron en un callejón sin salida, por una política equivocada. No necesariamente, lo que dice usted es correcto, se es revolucionario porque se toma un fusil, que era lo que le decían a los jóvenes… Si usted quiere luchar contra el régimen de cosas existente tiene que irse para la guerrilla. Los que nos quedábamos entonces no éramos revolucionarios. Y con ese cuento entonces la gente se iba para la guerrilla.
J.A.R. Claro. Yo tengo un ejemplo histórico que para mí es paradigmático. Es la vida de Lenin con su hermano Alejandro. Alejandro consideró que la lucha política era una lucha de aparatos, entre un grupo y el grupo del Estado. Con una cosa que para mí siempre ha sido claro: el Estado siempre tiene más poder material y más gente para enfrentar cualquier grupo. Entonces en la misma dirección de lo que usted señala, en esta lucha de aparatos se deja por fuera a los obreros y a los campesinos. Usted le puede dar un golpe al Estado pero el Estado reproduce sus cuadros más rápidamente que lo que los reproduce la revolución. Si matan una persona revolucionaria como el padre Camilo la gente democrática de Colombia se demora muchos años para reproducirlo. El Estado, si le matan un ministro, dos minutos después tiene otro ministro. Para las fuerzas populares es más difícil reproducir sus cuadros, porque la ideología dominante es la ideología de la clase dominante, porque tiene menos opciones, menos espacio. Entonces, esa guerra de aparatos no es buena.
“En mi concepción se le hizo mal al movimiento democrático colombiano con la idea equivocada de que si no se cogía un fusil no se podía hacer revolución”.
Y Lenin –que adoraba tanto a su hermano que cuando le preguntaban cómo hacer las cosas lo tenía casi como criterio de autoridad y decía, porque él le decía Sasha a su hermano, “como Sasha diga”– tuvo la suficiente inteligencia para entender que ese no era el camino de la revolución. Que el camino de la revolución no era la guerra de aparatos sino vincularse a las causas y a los derechos, diríamos hoy en día, del grueso del pueblo, de las clases más conscientes y también de la clase media, que no necesariamente es burguesa y no siempre respalda a la burguesía –hay que ganarla, en la lucha política y social, para el lado de la defensa de los derechos de las amplias masas.
Esto simplemente para decir que en mi concepción se le hizo mal al movimiento democrático colombiano con la idea equivocada de que si no se cogía un fusil no se podía hacer revolución; y ese balance hay que hacerlo, más aún ahora que la guerrilla está a punto de cesar su levantamiento armado.