Desde el triunfo de Chávez en 1999 , gran parte de Latinoamérica entro en la onda de “ser gobierno y ser poder”, esto significó principalmente que muchas de las organizaciones que se definían como apáticas a las elecciones dieran el salto y empezaran a plegarse a los proyectos cuyo objetivo fuera la toma del poder por la vía electoral. Fruto de aquella moda fue el Polo Democrático Alternativo, momento histórico en el que se encontraban las izquierdas de todos los pelambres. En esta época se dieron los mayores triunfos electorales, tales como la llegada de Lucho Garzón a la alcaldía de Bogotá, algunas alcaldías en pequeños pueblos, una bancada aceptable en el Congreso y un buen número de concejales y diputados en todo el país.
De allí surgen algunas preguntas ¿Cuál es el balance de estos procesos de participación, especialmente para las organizaciones sociales? ¿Más allá de la consolidación de personalidades democráticas que aparecen en los medios, realmente hemos logrado consolidar una gran convergencia, montados en el cuento electoral? Más que un proyecto colectivo, lo electoral se convirtió en refugio de las viejas y muy tradicionales organizaciones de izquierda y sirvió de escuela para algunos personajes que tenían un discurso pero no sabían cómo sacarle provecho.
¿Se ha evaluado más allá del problema de la corrupción en la alcaldía de Samuel Moreno, quién y cómo se elaboró su programa de gobierno? ¿Que tenía este programa que ver con el Ideario de Unidad del Polo? ¿Cuál era la articulación entre el Alcalde, los concejales y los movimientos sociales en una propuesta de transformación de ciudad? ¿Por qué existió tanta insistencia de quienes tenían cuotas burocráticas en el gobierno distrital, en mantener a Samuelito en su cargo?
El principal argumento de quienes defienden lo electoral a capa y espada, es que hay que rasguñarle espacios al establecimiento en el parlamento burgués. Fuera de unos brillantes debates y el cambio de un ministro por otro peor ¿qué aportes han tenido esas participaciones en la consolidación de un proyecto que se oponga al proyecto capitalista? ¿No ha sido más bien el efecto contrario: Una total fragmentación de los movimientos y organizaciones sociales? ¿No han sido los indígenas y los estudiantes quienes por fuera de la incidencia de las organizaciones político-electorales las que han demostrado la posibilidad de obtener triunfos sin pasar por las urnas?
Basados en la lógica del sueño americano, lo electoral se justifica como una manera para que algún liderazgo surja y se puedan lograr aquellas cosas que por la vía del trabajo colectivo y cotidiano no podrían prosperar, se toman algunos casos aislados como forma de demostrar que sí vale la pena apostarle al juego electoral. En realidad este fue el primer paso hacia la desarticulación de las organizaciones sociales, la explotación de los mini-liderazgos terminó en pequeños feudos electorales en los que el clientelismo es la principal herramienta de acción, como una mala copia de la politiquería burguesa.
Para defender lo electoral, se buscan asuntos ultra-estratégicos que “obligan” a participar en lo electoral, como hace poco lo escribió el anti-petrista Aurelio Suarez, como si no existieran otros caminos para emprender la lucha. Los más interesados en convocar a participar en elecciones son quienes han ocasionado esa hiper-fragmentación de la izquierda, por sus intereses particulares como organizaciones políticas de capilla o pequeños varoncillos electorales. ¿No fueron el PC y el MOIR los principales responsables del aislamiento de Carlos Gaviria en la campaña electoral que perdió con Petro? ¿No son quienes han ocasionado divisiones profundas los mismo que después aparecen abogando por la unidad?
El secreto de lo electoral radica en explotar un discurso, ya sean los TLCs, los derechos humanos, el ambientalismo o alguna forma de intermediación entre el Estado y la comunidad. Al igual que el discurso capitalista, estos nuevos varones electorales de izquierda luchan entre sí para posicionar el discurso que más vende. Luego las técnicas se van perfeccionando, hasta obtener contratos que permitan financiar la próxima campaña.
Así como la insurgencia, por diversas razones, no se detuvo para reflexionar sobre la pertinencia y conveniencia de la lucha armada, la izquierda electoral tampoco ha querido hacerlo para evaluar de manera franca y honesta las implicaciones de su proyecto en la consolidación de una propuesta anti-hegemónica. En un sentido gramsciano se le ha apostado más al movimiento que a ganar posiciones en esta larga lucha.
El voto en blanco, independientemente del significado político que pueda llegar a tener si es mayoritario, tiene un carácter simbólico, se trata de hacer un alto; así como la insurgencia está sentada con el gobierno, la izquierda debe sentarse a dialogar con la gente que supone representar y evaluar las consecuencias de sus políticas, pero ante todo construir realmente de forma colectiva caminos que permitan transformar un país sometido a uno de los regímenes más oprobiosos de Latinoamérica, que se disfraza de democrático justamente con el antifaz de las elecciones.
Repensar lo electoral... poner la mente en 'blanco'
OPINIÓN