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Si las negociaciones de paz no provocan expectativa, las elecciones parlamentarias menos. La podredumbre del Estado es tan evidente que la lucha política por el control del Congreso solo despierta sospechas sobre quienes se lanzan como candidatos. El Congreso ha sido monopolizado por los partidos de la mal llamada Unidad Nacional, verdadero concierto para delinquir. Al servicio del gobierno de Juan Manuel Santos vienen aprobando a pupitrazo limpio todo el paquete de contrarreformas con el que se está blindando el autoritario régimen político colombiano y se preservan los intereses privados sobre la tierra, la salud o la educación.
Frente al proceso electoral que está en marcha han emergido dos corrientes de oposición: la ultraderecha encabezada por Uribe, cuya bandera principal es bloquear la negociación de La Habana con la promesa fallida de aplastar militarmente a la insurgencia armada, pero que sólo esconde los intereses desmedidos de la gran burguesía terrateniente, narcotraficante y paramilitar. Por el otro lado aparece la fragmentada oposición de izquierda encarnada en el desprestigiado Polo, la oportunista Alternativa Verde o los procesos inconclusos de la Marcha Patriótica y el Congreso de los Pueblos. Su división sólo produce confusión entre los trabajadores y los pobres, facilitando la polarización electoral entre santismo y uribismo.
Aquí también es posible cortar por lo sano. Podemos impulsar la más amplia coalición contra el establecimiento burgués llamando a votar en blanco e inhabilitar a todos los candidatos que se presenten a las parlamentarias. Eso sí sería dar en el blanco contra el gobierno y el régimen.