A pesar de las dificultades coyunturales que viene enfrentando el gobierno de Santos –desde los estridentes trinos de Uribe a los airados gritos de protesta y el bloqueo de carreteras de los cafeteros– lo concreto es que sus planes estratégicos contra los trabajadores y el pueblo colombiano vienen avanzando. A la regresiva reforma tributaria, se le va a sumar ahora una nueva reforma a la salud y al régimen de pensiones. Ninguna de las dos busca establecer beneficios crecientes para la población. Todo lo contrario: la reforma a la salud quiere proteger los intereses del capital financiero y los monopolios de la salud, y la de pensiones promete ampliar la cobertura atacando a quienes hasta ahora han gozado del derecho a una jubilación relativamente digna. En síntesis, la demagógica Prosperidad Democrática que ofreció Santos está quedando al desnudo: reparte pobreza y concentra más riqueza en menos manos.
Las consecuencias sociales de estas políticas, continuidad de las de gobiernos anteriores, son la explicación de la radicalidad del paro cafetero. Un sector de la economía que había sido mostrado al mundo como un modelo de capitalismo democrático ha sucumbido ante la dinámica del mercado mundial. La amplia base de pequeños productores se ha quebrado y los magnates del café, que se lucraron durante décadas gracias al monopolio de la Federación de Cafeteros, se han quedado con la mayor parte de las ganancias. Ahora los cultivadores del grano no encuentran otra salida que exigir el subsidio del Estado para sustentar los precios y hacer rentable el sector de manera artificial. Como eso va en contravía de los Tratados de Libre Comercio, el Ministro de Hacienda intentó poner tope a sus exigencias para conjurar la protesta y preservar el plan. Sabe que detrás de ellos vienen los lecheros, los arroceros, y todos los damnificados por la llamada globalización.
Al lado de este conflicto de pequeños propietarios arruinados, estuvo la huelga de los mineros de Cerrejón. Aunque la dinámica de clase fue distinta. Sintracarbón presentó un pliego de peticiones que condensa las aspiraciones de toda una región que ha sido devastada por la gran minería del carbón. La voraz extracción del mineral ya amenaza el lecho del emblemático río Ranchería, fuente de vida en la desértica Guajira. La contaminación que provoca la mina de carbón a cielo abierto más grande del mundo deja secuelas irreversibles en la salud de los trabajadores y en el medio ambiente, afectando a toda la población. Es además el preludio de lo que espera a otras regiones del país amenazadas por la locomotora de la gran minería. Si a esto le agregamos que la recesión mundial y el uso creciente de otras fuentes de energía fósil tienden a reducir el consumo de este mineral –bajando el precio en el mercado mundial– la perspectiva es más que pesimista. Por eso la gran minería está siendo rechazada por toda la población.
¡Coordinemos todas las luchas!
Otros conflictos laborales han hecho parte de la coyuntura, como la exigencia de un incremento salarial del 30% que han levantado los trabajadores de la Universidad Nacional. Un triunfo de su parte, después del acuerdo en la rama judicial, puede desatar una ola de reclamos en las demás universidades públicas y el sector estatal en general. Este paro se presenta en medio de la negociación del Pliego Nacional Estatal, en el que se propone un pírrico 10.4% de aumento, estabilidad laboral y garantías sindicales. Con este pliego, que responde a la nueva reglamentación de la negociación colectiva en el sector público, la burocracia de las centrales pretende reencaucharse ante unas bases escépticas sobre el rol de los sindicatos, y ambientar de paso las elecciones en la Central Unitaria de Trabajadores.
No obstante eso, la única manera de retar al gobierno es aprovechar las dificultades que enfrenta, la división en las filas de la burguesía que se han evidenciado en el paro cafetero y emular a los huelguistas de Cerrejón, luchando por articular los conflictos en curso. Es necesario que desde las bases sindicales exijamos a la dirección de las centrales que se defina un plan de acción nacional para imponer el pliego estatal al gobierno y llamar al sector privado a la movilización de protesta.
Las soluciones a los problemas fundamentales del pueblo colombiano no van a llegar en un barco cargado en La Habana: serán conquistadas a pulso en la calles, en las fábricas y en los campos, con la movilización unitaria de los trabajadores, los jóvenes, los indígenas y los campesinos pobres. Es lo que nos está enseñando el pueblo español, cuya radicalidad ha hecho entrar en crisis al gobierno de Mariano Rajoy, ha destapado la corrupción de los partidos y cuestiona la continuidad de la parásita monarquía. Toda la burguesía mundial hoy se mira atemorizada en el espejo de la crisis española. Los trabajadores colombianos nos debemos mirar en el espejo de sus luchas.