Más de un mes de receso de las negociaciones en La Habana, los resultados de la Marcha por la Paz del 9 de abril pasado y la súbita propuesta de Santos de ampliación del periodo presidencial a 6 años tomando él sólo dos en una inmediata reelección, configuran una coyuntura política nacional de desenlace impredecible.
En medio de ella veremos las más insólitas propuestas, los cambios de posición más inesperados. No existe fuerza política o social capaz, en el momento actual, de ponerle un norte claro y definido al proceso.
Podríamos decir que, en las alturas, sin que aún se haya convertido en un huracán porque no están asumiendo una posición política activa millones de colombianos, la situación avanza como una típica tormenta tropical a la cual sólo se puede observar y predecir su rumbo durante algunas horas pero sabiendo que ese rumbo puede cambiar en cualquier momento y convertirse en un fuerte huracán o amainar por un tiempo. Qué resulte al final, dependerá de múltiples factores, que no están bajo el control total de nadie.
Santos capturó a las FARC
El gobierno Santos, tras múltiples operativos políticos y militares (bombardeos, negociación con Chávez, redefinición de sus relaciones políticas con varios gobiernos del sub-continente) logró un éxito político enorme: sentar en la mesa de negociaciones de La Habana a unas FARC que proclaman a los cuatro vientos que de allí no se pararán.
Santos capturó a las FARC debilitadas militar y políticamente pero que ni se sientan ni están aún derrotadas. Siempre la burguesía colombiana ha tenido esa contradicción: no ha sido capaz de aplastar militarmente a la guerrilla. A la vez, por el carácter absolutamente reaccionario del régimen político y de la estructura socio-económica del país, así las propuestas de la guerrilla no sean un riesgo mortal para su dominación como clase, la burguesía no arriesga en la mesa de negociación una variación significativa en las relaciones de poder entre las clases en el país que brinde a los sectores sociales que reflejan las FARC un amplio espacio de expresión política legal.
Las FARC retienen a Santos
Lograr que el gobierno Santos abriese una ronda de negociaciones, así dicha ronda fuese bajo las onerosas condiciones de negociación en el exterior y bajo el fuego, secretas y con debate e información controlada hacia toda la población, significó un triunfo político para las FARC. Las FARC recuperaron ante franjas de la población y ante la llamada “comunidad internacional” la condición de actor político cuando dicha condición les había sido negada sistemáticamente durante los últimos 8 años del gobierno de Álvaro Uribe.
El proceso que se inició con la apertura de negociaciones condujo a redefiniciones significativas. La Marcha Patriótica ganó una importante presencia como defensor público y legal de dichas negociaciones, conduciendo a la crisis del Polo Alternativo Democrático con la separación del Partido Comunista y otros sectores del mismo. El Congreso de los Pueblos, que paralelamente a la Marcha Patriótica cumple papel similar, se convirtió en caja de resonancia para reclamar que el ELN fuese invitado a la misma mesa de negociaciones o a una paralela. La mesa con el ELN estaría por instalarse a mediados de mayo en tanto el ELN cumpla las condiciones previas exigidas por el gobierno (liberación de secuestrados, en ese caso tal vez el de Jernoc Wobert, geólogo, vicepresidente de exploraciones de la multinacional canadiense Braeval, que se encuentra en poder del frente Darío Ramírez Castro).
Por el lado de la gran burguesía las apertura de las negociaciones y el desarrollo de las mismas crispó hasta el máximo las contradicciones entre el sector uribista y el gobierno Santos, pasándose de los epítetos de traidor a los hechos, conformándose una verdadera campaña presidencial anticipada en la cual se comienzan a utilizar todas las formas de lucha, copiando al interior de la burguesía el método que le endilgan a las FARC. Sólo así se explican los trinos de Uribe revelando las coordenadas de sitios de operaciones militares, los de Francisco Santos (el Electrocutador) anunciando muertes inexistentes de decenas de soldados y las vallas del mismo igualando a Pablo Escobar y a Iván Márquez.
La Marcha por la Paz, insuficiente
La Marcha por la Paz del 9 de abril fue un intento, no suficientemente exitoso, de desatar el ovillo en el cual se encuentran atados como rehenes mutuos las FARC y el gobierno. Tampoco puede afirmarse su fracaso. Se convirtió en una unidad de acción en la cual la Marcha Patriótica, colocando el más gigantesco esfuerzo de logística y movilización de sus áreas de influencia en sectores campesinos, desplazándolos a Bogotá, actuó en común con el gobierno y el alcalde de Bogotá buscando producir un hecho político de movilización que le diese espacio político al avance de las negociaciones, que por motivos no suficientemente explicados se encontraban suspendidas por varias semanas.
Pero la confluencia de objetivos diferentes, bastante diferenciados si bien no contrapuestos, condujo a una marcha que, sin ser silenciosa como algunos propusieron, sólo fue de “ruido”, como se proclamaba desde la tribuna en la Plaza de Bolívar y no volcó fuerza decisiva que inclinara la balanza ni a favor de las propuestas de las FARC, ni a favor de las propuestas del gobierno. Luego de ella la confusión sobre hacia dónde va el proceso persiste y el terrible encanto de ser rehenes mutuos del proceso de negociación se mantiene entre Santos y Márquez.
Igual papel político, pero muchísimo más reducido en cantidad de fuerzas y personas movilizadas, cumple el Congreso por la Paz desarrollado el pasado fin de semana. Se convierte en la plataforma para intentar catapultar la apertura de las negociaciones con el ELN y el resucitado reducto de la sigla EPL.
Tiempo extra
Cual partido de fútbol de final de Copa, que no puede terminar en un empate, como los tiempos políticos de agotan, el presidente Santos –en esas insólitas coincidencias que veremos de ahora en adelante– apresurada y súbitamente acogió la propuesta inicialmente formulada por Piedad Córdoba, vocera de la Marcha Patriótica, que seguramente contará con el guiño favorable de las propias FARC, para que través de cualquier voltereta constitucional o legal se valide la continuidad de Santos, lo cual pareciera ser la única posibilidad de obtener algún resultado mínimamente sólido del proceso de negociación. Ya Piedad Córdoba volvió a expresarse, señalando: “Soy la más férrea opositora de Santos, pero no se puede ser mezquino con la paz. Si para lograrla se requieren dos años más, que haya paz”. (Semana.com, 22 de abril de 2013).
Es un hecho que actualmente las negociaciones no generan un fervor masivo y popular que le brinde sólido respaldo ni al gobierno ni a las FARC. Las FARC arrastran sobre sus espaldas, cual pesado morral de guerrillero, la más fenomenal campaña de desprestigio político que se haya conocido en el país, desarrollada por todos los medios, desde las fracasadas negociaciones de El Caguán. Eso le ha hecho enormemente difícil a Santos, heredero del principal promotor y agente de esa campaña (Uribe) ambientar favorablemente las negociaciones. Esa campaña caló hasta los tuétanos en amplias franjas de población urbana y de clase media de las grandes ciudades –franjas que en la política colombiana son decisivas en este momento– debido en gran medida a los garrafales errores del accionar político y militar de las propias FARC.
El manejo que están haciendo las FARC de su proceso de negociación, intentando recubrir la negociación política del cese de su actividad armada con el manto de una negociación sobre los grandes asuntos económicos y sociales existentes en el país –insolubles en dicha mesa de negociación– tampoco ayuda a darle claridad y celeridad a un acuerdo final.
Por su parte el gobierno Santos no tiene la capacidad política para aplastar la cabeza quien, cual cascabel de serpiente venenosa sacudiendo la cola antes de morderlo, le zumba trinos hora tras hora. La sola revelación de las coordenadas hecha por Uribe hubiese sido motivo más que suficiente (y justificado legalmente) para que Uribe hubiese sido enviado a un calabozo. Pero Santos sabe que no puede desatar una guerra política profunda con Uribe y su sector. Ganó la presidencia gracias a la unidad estratégica existente entre toda la burguesía sobre los grandes planes económicos y la decisión de mantener y profundizar la guerra social contra la clase obrera y sectores populares para mantener intacto el nivel de ganancias en medio de la crisis económica mundial.
La división Santos Uribe tiene límites muy precisos y definidos: es más lo que los une por su carácter de clase que lo que los separan sus diferencias sobre cuál método es más conveniente para liquidar a las FARC: si el bombardeo o las negociaciones. Ambos han estado dispuestos a usar y combinar ambos.
Como rehenes mutuos, las FARC y Santos pueden terminar ambos aplastados por una ofensiva reaccionaria que abiertamente prepara todas sus baterías para erguirse nuevamente sobre el fracaso de otras negociaciones, tal como Uribe se irguió sobre el fracaso de las negociaciones de Pastrana.
Las próximas semanas y meses serán decisivos para saber qué rumbo tomará la tormenta política actual. Y muchas de las propuestas desesperadas o inesperadas se desvanecerán en el aire, como parece ya desvanecerse la de la ampliación del periodo presidencial por dos años. Pero podrán luego resucitar al embate de los nuevos vientos de la tormenta.