Santos reelegido ¿Hacia un nuevo equilibrio de fuerzas?

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El pasado 15 de junio, en segunda vuelta, Juan Manuel Santos fue reelegido para su segundo periodo. Su triunfo frente al candidato Oscar Iván Zuluaga fue holgado pero no aplastante; 7.816.986 de votos, 50,95%; frente a 6.905.001 de votos, 45,00% (una diferencia de 911.985 votos, equivalente a 5.95%, realizado el 100% del preconteo). (Datos de Registraduría)
Para un panorama más completo de las cifras electorales hay que considerar otros datos significativos. De un total de posibles sufragantes de 32.975.158 sólo acudieron a las urnas 15.794.940 (47,89%), lo que significa un nivel de abstención de 52,11%; que si bien significó una disminución de casi 7 puntos respeto a la primera vuelta (2.300.000 nuevos votantes, aproximadamente) no rompe la tendencia histórica de enorme apatía y baja participación de la población; expresión en últimas de que en el actual régimen político no se siente representada.
Para completar los resultados hay que tener en cuenta la gran significación de la suma de votos en blanco, nulos y no marcados (619.396 - 4,03%, 403.450 - 2,55%, 50.152 – 0,31%; respectivamente) que asciende a un total de 1.072.953 votos (6.89%). En su valor absoluto esta cifra representa una variación insignificante respecto al total de primera vuelta (donde había ascendido a 1.135.362 votos (8.74%). Su disminución porcentual se explica únicamente por la disminución de la abstención, lo cual indica que los nuevos votantes fueron directamente a cada uno de los dos candidatos). Representa por lo tanto una masa sólida y consistente de votantes que es una expresión de abierto y consciente repudio y rechazo al régimen político en general y a ambos candidatos en particular.

Los realineamientos de segunda vuelta
Las cifras reflejan, en lo fundamental, los realineamientos que se dieron después de la primera vuelta de la elección presidencial, donde el candidato-presidente había perdido (por casi 460.000 votos) frente a su contender Oscar Iván Zuluaga. Santos recuperó entonces esa diferencia y obtuvo otro tanto para completar 911.000 votos adicionales.
El punto central de definición de la segunda vuelta se ubicó en las diferencias respecto a las negociaciones en curso en La Habana y a los criterios para su continuidad. En ese terreno las fuerzas que en primera vuelta apoyaron a Martha Lucía Ramírez, conservadora, que totalizó casi 2 millones de votos, se alinearon a favor del candidato Zuluaga mientras que quienes apoyaron a Clara López, Polo Democrático Alternativo, que alcanzó también casi 2 millones, se alinearon en torno al candidato Santos (con excepción del llamado al voto en blanco del senador Jorge Robledo y algunos otros, que pareciera no haber tenido ninguna incidencia). Por sus características políticas y por la actividad de muchos de sus dirigentes (excepto el candidato Peñalosa, que optó por un discreto silencio) todo indicaría que una masa significativa de la votación en primera vuelta de la Alianza Verde (1.065.142 votos) respaldó a Santos en la segunda vuelta.
La nueva masa de votantes, producto de la disminución de la abstención en 2.300.000 votos aproximadamente tendió a distribuirse entre ambos candidatos con una leve ventaja a favor de Santos, lo que le garantizó su triunfo.
No es cierto, por lo tanto, que los resultados electorales de segunda vuelta se constituyan en un plebiscito arrollador a favor de las actuales negociaciones. Contra el enfoque y política de negociación de Santos se ha configurado y cohesionado una fuerza política de enorme significado, con expresión parlamentaria minoritaria pero de peso. El candidato presidencial de dicha fuerza, como vocero del principal dirigente de ella, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, logró cohesionar en torno suyo a significativas franjas burguesas y ganar un respaldo masivo de la población, habiendo sido su derrota clara pero no aplastante.

Equilibrio inestable
Santos enfrenta por lo tanto un dilema, de cuya solución dependerá en gran medida el futuro político inmediato. Hay un camino: profundizar el acuerdo con las franjas reformistas y de las direcciones sindicales que le garantizaron el triunfo (integrando al Polo Democrático Alternativo a su gobierno) e intentando ganar (vía algunas concesiones a franjas de masas) un respaldo más amplio entre la población. Para avanzar por este camino cuenta con la enorme ventaja de una mayoría parlamentaria holgada y con la tradición de los caciques conservadores del parlamento de vender su respaldo político al gobierno de turno, a cambio de las tradicionales prebendas burocráticas. Ello le garantizaría mantener las coordenadas actuales de la negociación de La Habana y abrir negociaciones con el ELN, concluyéndolas en un futuro más o menos breve.
Podría significar el riesgo de una abierta y declarada batalla con un sector burgués de fuerte peso económico, social y político, cohesionado en torno al ex presidente Uribe. Esta batalla, de resultados aún imprevisibles, puede generar riesgos serios para la estabilidad del régimen en su conjunto; tradicionalmente determinado por el pacto-acuerdo-negociación entre la totalidad de la burguesía colombiana bajo la batuta del imperialismo norteamericano.
Existe otro camino, no descartado aún por Santos en sus declaraciones iniciales luego del reconocimiento de la derrota por parte de Zuluaga: la búsqueda de un pacto y acuerdo con la fuerza política perdedora. Este camino le obligaría a redefinir, endureciéndolas significativamente, las condiciones de cualquier terminación negociada del conflicto con las FARC y el ELN, lo cual podría llevar a un alargamiento de las propias negociaciones; lo que a su vez se convertiría en un factor de desgaste político en el segundo mandato.
En las próximas semanas, y en cualquier caso antes de la toma de posesión el 7 de agosto, Santos negociará intensamente buscando un nuevo equilibrio de fuerzas que sustente en forma sólida su nuevo mandato.