Sharon no fue polémico. Fue la personificación del proyecto sionista de limpieza étnica del pueblo palestino para la creación, en sus tierras, de un estado homogéneo, exclusivamente judío.
Sharon comandó los ataques a Sabra y Shatila, en 1982
Uno de los grandes verdugos del pueblo palestino y responsable por crímenes contra la hunanidad, Ariel Sharon falleció el 11 de enero, a los 85 años, después de permanecer por ocho años en coma. Su muerte fue seguida por homenajes de líderes sionistas, como el presidente de Israel, Shimon Peres. Conforme fue publicado en el periódico Nacional, él afirmó que Sharon fue un líder único, responsable por victorias y por alimentar la esperanza del pueblo israelí.
Sin escapar de la regla de los grandes medios, TV Globo, en su telenoticiero, líder de audiencia entre los programas del género, presentó a Sharon como controvertido, polémico. Calificativos que son una carnada, para encubrir los verdaderos adjetivos que cabrían al hombre que fue apellidado “carnicero de Beirut”, por la responsabilidad sobre las masacres en los campos de refugiados palestinos, en el Líbano, Sabra y Shatila, y cuyos crímenes contra la hunanidad son innumerables.
Sharon no fue polémico. El fue la personificación del proyecto sionista, de limpieza étnica del pueblo palestino, para la creación, en sus tierras, de un estado homogéneo, exclusivamente judío. Por eso, es homenajeado por los líderes israelíes. Hijo de inmigrantes da Bielorrusia, nació en 1928, en Palestina, bajo el mandato británico, que perdió hasta la creación del Estado de Israel, el 15 de mayo de 1948 –fecha recordada, en la memoria colectiva árabe, como nakba, catástrofe, ya que resultó en la expulsión de 800 mil palestinos de sus tierras y propiedades y la destrucción de cerca de 500 aldeas.
Sharon, cuyo sobrenombre original era Sheinerman, ingresó al grupo paramilitar sionista Haganah, a los 14 años. Al frente de la Brigada Alexandroni, cuyas masacres de palestinos son comprobadas en documentos oficiales, investigados por estudiosos árabes y por la nueva historiografía israelí, comandó la denominada Unidad 101, a la cual se le atribuyen atrocidades ejemplares. A ella le ha cabido el liderazgo de la Operación Shoshana, que promovió la limpieza étnica en la aldea palestina de Qibya, a 30 kilómetros al noroeste de Ramallah, Cisjordania, en octubre de 1953.
En aquel año, había poco menos de 1.500 habitantes en la villa, que fue totalmente destruida. El saldo fue de 77 asesinados, incluyendo a mujeres y niños. En un artículo, publicado en Euronews, sobre la muerte del verdugo y la reacción de los habitantes de la región, uno de los sobreviventes, Hamed Ghetan, revela el sentimiento del oprimido: “Este es el fin inevitable de todo y cualquier tirano”. La Unidad 101 fue desbaratada, debido a la visibilidad de esa masacre, pero Sharon jamás fue juzgado por ese y otros crímenes. La aldea aún exhibe las marcas de la destrucción y los nombres de los asesinados.
La carrera del “Verdugo de Beirut”, asentada en la sangre palestina, ganó un nuevo capítulo durante el ataque al Sinaí egipcio, en la ocupación militar de esa área, del Golán sirio y de los territorios palestinos, en 1967 y el cerco al ejército de aquel país árabe, que llevó a la victoria israelí en la Guerra del Yom Kippur, en 1973. Por los “servicios prestados”, para consolidar la colonización sionista, los israelíes pasaron a llamarlo “El Rey de Israel” y “El León de Dios”. Los diversos cargos políticos junto al gobierno, a lo largo de su carrera, indicaron su coherencia con un proyecto fundado en la limpieza étnica del pueblo palestino.
Sabra y Shatila
Una de las más conocidas de sus atrocidades, fue la licencia dada a las falangistas libanesas, para las masacres de Sabra y Shatila, entre el 16 y el 18 de septiembre de 1982. En aquel año, Israel invadió el Líbano, para tratar de librarse de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que organizaba la resistencia palestina en la época, y ocupar el país. La masacre de Sabra y Shatila fue orquestada por Sharon, entonces ministro de Defensa de Israel, en reunión del día 15 de septiembre, con líderes de la milicia falangista cristiana, ligada al gobierno del presidente del Líbano, Bashir Gemayel, asesinado un día antes del encuentro.
La periodista Samia Gabriela Teixeira, en un artículo de su autoría, revela: “El historiador árabe Fawwaz Traboulsi describe, en su libro Historia Moderna del Líbano, los intereses firmados antes de la muerte del presidente Bashir, que planeaba poner en práctica una ‘solución radical’, para equilibrar demográficamente al Líbano, ‘provocando un éxodo general de la populación palestina’ que, según él, constituía ‘un pueblo en exceso’ en la región. Junto a la responsabilidad destinada a Ariel Sharon y al gobierno cristiano libanés, el Estado norteamericano también tuvo su participación, al retirar todas sus fuerzas de paz, responsables por la supervisión de la salida de la OLP, y al evadir los destacamentos militares de la región y presionando, indirectamente, el retiro de las fuerzas francesas e italianas del lugar. (...) Las masacres dejaron cerca de 4 mil personas, entre mujeres, niños y ancianos, muertas. Muchas de ellas, decapitadas, mutiladas o desfiguradas.” Incluso, en el artículo, la periodista señala la alianza, también, con el gobierno sirio, bajo la dinastía de la familia Assad.
Obra del artista Katsikoviannis recuerda la masacre
Ante las manifestaciones gigantescas, en todo el mundo, incluso en Brasil, los ataques a Sabra y Shatila fueron consideradas graves violaciones en el Tribunal Penal Internacional. Sharon fue acusado formalmente por la Comisión Israelí, pero no fue preso o eliminado del gobierno. Renunció al cargo de ministro de Defensa pero, nuevamente, nunca fue juzgado por ese crimen contra la hunanidad. Al contrario, regresó a la política como un grane arquitecto de la colonización en los territorios palestinos, ocupados militarmente en 1967.
Entre sus peripecias, está la provocación a los palestinos al entrar en la Explanada de las Mezquitas, en Jerusalén, en setiembre del 2000, lo que fue considerado, por muchos analistas, el fusible para la segunda Intifada. En el 2001, durante el levantamiento, fue electo primer ministro de Israel, con el discurso de “hombre fuerte”, que garantiza la seguridad de sus electores –aprisionados por la “cultura del miedo”, alimentada por los sionistas. Consta en su currículum macabro el inicio de la construcción del Muro del Apartheid, bajo ese pretexto, lo cual, en realidad, anexa más tierras, separa familias palestinas y les impide ir y venir. Un paso más en rumbo a la consolidación del régimen del apartheid, la que está sometida a la población que vive bajo la ocupación.
Otro paso se dio cuando Sharon decidió desmontar los asentamientos ilegales israelíes en Gaza en el 2005. Bajo la mentira de que sería una flexibilización en la postura de la “línea dura” del “verdugo”, esa acción fue exhibida, por los medios de comunicación tradicionales, como una señalización de buena voluntad para la paz. Eran 8 mil colonos, ante los más de medio millón en la Cisjordania de hoy, y los gastos militares de Israel no compensaban su mantenimiento. En realidad, el retiro de los colonos concretizó la institucionalidad de Gaza, como el mayor campo de concentración a cielo abierto de la actualidad. Son constantes los ataques israelíes en la región, habitada por 1.5 millones de personas, que conviven con un bloqueo deshumano desde el 2007.
Con el vasto currículum de “servicios prestados” al Estado de Israel, no hay que sorprenderse con los homenajes de líderes sionistas y globales al “Verdugo de Beirut”. Cabe a las personas de conciencia desmontar la farsa sobre quien fue Sharon. Y más que lamentar la omisión en la práctica ante los crímenes contra la humanidad por él cometidos, y denunciar que, lamentablemente, él no está sólo. El proyecto de limpieza étnica continúa para ser puesto en ejecución aún hoy. La presión internacional es decisiva para que Palestina sea libre, y sus verdugos sean juzgados y condenados internacionalmente, para que nunca más la imagen transmitida por los medios refleje los homenajes a un carnicero.
En Brasil, un camino es fortalecer la campaña por boicots al apartheid israelí y exigir del gobierno que rompa inmediatamente los acuerdos militares con la potencia ocupante. Que ese atropello sirva de fermento a las justas luchas por la transformación de la realidad.
Traducción Laura Sánchez