Tal vez el hecho más importante del movimiento estudiantil en curso –además de su masividad, movilización permanente, democracia asamblearia– ha sido la constitución de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE). De hecho, sus voceros y dirigentes, han conquistado personería política frente al gobierno y los medios masivos de comunicación y, por esa vía, el respaldo de la opinión pública, que ve en ellos una nueva generación de estudiantes que actúa como legítima contraparte en este enfrentamiento con el gobierno.
En la MANE han confluido la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), la Asociación Colombiana de Estudiantes (ACEU), la Organización Colombiana de Estudiantes (OCE), la Federación Universitaria Nacional (FUN), COMUNA, y otras organizaciones. Todas estas organizaciones se han construido en las luchas de resistencia de la última década, pero más que organizaciones gremiales, han sido siempre la expresión estudiantil de partidos políticos de izquierda. Sin desconocer el importante rol que han jugado es necesario señalar que, en muchos casos, no han estado a la altura de las expectativas que muchos estudiantes han depositado en ellas, por su actitud burocrática o su “anarcosindicalismo” (esa confusión entre partido político y organización de masas que impide la participación democrática amplia de las bases en la toma de decisiones).
La MANE, en cambio, empieza a convertirse en un posible embrión de una organización estudiantil universitaria nacional que incluso puede aspirar en el futuro inmediato a vincular también al activo sector de estudiantes secundarios y a los jóvenes aprendices del Sena. La discusión en torno al Programa Mínimo de los Estudiantes empieza a dotarla de una plataforma política unificada. La lucha en curso, de ser exitosa, le permitirá adquirir experiencia en la negociación con el gobierno en torno a objetivos inmediatos y estratégicos para el movimiento estudiantil.
Pero que la MANE se consolide dependerá en gran medida de la actitud política responsable que asuman las organizaciones tradicionales que iniciaron este positivo proceso de convergencia. Está en juego algo que no se ha podido construir en más de cuatro décadas de luchas del movimiento estudiantil cuya experiencia más profunda data de la década del ’70. Por eso es tan importante velar por el proceso de unidad, al tiempo que se atienden los justos reclamos de la base estudiantil que, como es inevitable en la juventud, es rebelde por vocación generacional. Más aún cuando, como ocurre a nivel mundial, es el sector más afectado por la profunda crisis económica, social, cultural y moral en que se hunde el capitalismo.
La clave de la unidad será reconocer que una organización nacional estudiantil unificada debe ser democrática, permitir la más amplia participación de sus afiliados con plena libertad en la discusión y toma de decisiones y basarse en formas organizativas como los consejos estudiantiles y las asambleas deliberativas y decisorias que representen realmente toda la heterogeneidad social, regional, cultural, política e ideológica de los estudiantes. Ello incluye, incluso, brindar la posibilidad a que las fuerzas y organizaciones políticas que, impulsando el movimiento y respaldándolo, expresen en ella sus posiciones si como tales lo quieren hacer. En síntesis, la organización estudiantil debe reivindicar la tradición histórica de movimiento obrero y tener como método la movilización de masas. Así podrá sortear las inevitables vicisitudes que impone la lucha de clases y permanecer como una conquista del movimiento estudiantil.