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Se aproxima la Semana Santa. Muchos católicos buscarán indulgencias recorriendo devotamente las estaciones, pero a Juan Manuel Santos se le adelantó el Viacrucis. El acoso de “Judas” Uribe –quien jura sin santiguarse que el agravamiento de los problemas sociales son sólo culpa del actual gobierno, pues el habría dejado a casi todos los colombianos a las puertas del Paraíso– no lo deja tranquilo. Santos sabe que busca crucificarlo y enterrarlo en las próximas elecciones, pero después de la hora nona guarda la esperanza de la resurrección, mejor dicho, de la reelección.
El dolor del dólar
La devaluación del dólar en EE.UU., maniobra monetaria del principal socio comercial de Colombia para reducir su deuda e incrementar sus exportaciones, en medio del despegue del TLC –unida a la propia revaluación del peso por el ingreso masivo de dólares para invertir en minería–, ha dejado a los exportadores colombianos y, en general a toda la economía criolla, sin aire. Venezuela hizo lo mismo, acabando de agravar el panorama externo. A esto se ha sumado el retraso en la ejecución de los grandes proyectos de infraestructura que podrían irrigar la economía en algunas regiones, crear algo de empleo y abaratar el transporte y la energía.
Por eso muchos de los burgueses afectados empiezan a señalar que el problema del gobierno de Santos es su incompetencia a la hora de ejecutar los planes y que eso está produciendo serios daños colaterales, como se evidencia en el paro de los cafeteros, cacaoteros y transportadores.
El cirineo y el sirirí
Para ayudarlo a llevar esa pesada cruz Santos ha contado con un buen cirineo: el imperialismo. La directora del FMI, Christine Lagarde, visitó a Colombia en diciembre pasado y dio fe de la solidez de la economía colombiana.
Las transnacionales, en medio de la crisis mundial, que tiene paralizada la economía europea y no logra ser revertida por Obama en EE.UU., están a la cacería de la extracción de plusvalía y materias primas baratas en los llamados países emergentes. Entre ellos figura Colombia. Las ganancias leoninas que el gobierno de Uribe antes y Santos ahora les están garantizado son un atractivo irresistible. El más reciente regalo a los empresarios fue la reforma tributaria que eliminó los parafiscales destinados a financiar el Sena y Bienestar Familiar.
Pero mientras las transnacionales hacen su agosto y el capital financiero trepa sus utilidades, hay franjas enteras de la economía nacional que se hunden en la ruina. Por eso Uribe, que no es manco, trina como un sirirí y se convierte en el eco insoportable del descontento. Paradójicamente eso lo ha puesto al lado de uno de sus más enconados detractores, el senador del Polo Jorge Robledo, escudero incansable de la llamada “burguesía nacional”. Ambos se encontraron reclamando soluciones para los caficultores, acosados por la caída internacional de los precios, la incapacidad del mercado interno de consumir la cosecha y las importaciones desmedidas de café. Contra la propia lógica del mercado sin barreras que sustenta los Tratados de Libre Comercio, el gobierno ha tenido que ofrecer subsidios diferenciales a los pequeños y grandes cultivadores.
La última cena
Para capotear el vendaval, que la revista Semana bautizó histéricamente como “La tormenta perfecta”, Santos ha llamado a cerrar filas a la Unidad Nacional en el Congreso de la República. Todavía no ha llegado la hora de sacar a latigazos a los mercaderes del templo; es preferible seguir comprándolos al por menor para que le sigan aprobando su paquete de reformas contra los trabajadores y el pueblo colombiano. Están en la agenda legislativa la reforma a la salud y la reforma pensional. Ambas tienen como objetivo garantizar las utilidades del sector financiero, al tiempo que buscan atenuar el descontento social.
Pero en el próximo periodo los parlamentarios deben garantizar su propia reelección. Cada acuerdo legislativo le costará al gobierno una ardua negociación. Ante la posibilidad de que la legislación electoral elimine a los partidos que no alcancen los porcentajes de votos exigidos, se ha habilitado la figura de las alianzas, verdaderos conciertos para delinquir “legalmente”. Ya los barones electorales empiezan a feriar avales y a comprar los pases de los jugadores más aprestigiados. El caso más grotesco es el de Angelino Garzón, rey del transfuguismo, quien salió del estado de coma con el apetito alborotado, y ya se habla hasta de posibles fórmulas con el mismo Judas.
Preparémonos para la foto de la Última Cena de la Unidad Nacional: en el centro Santos con la mano en el pecho y cara de yo-no-fui, rodeado –o más bien, cercado– por “Los Doce Apóstoles”. Porque donde come uno, comen doce.
Santería
Como el Dios de los cristianos le ha dado la espalda, Santos ha encontrado refugio en la santería. Tal vez eso explica la fe que tiene en las negociaciones de paz con las FARC en La Habana, Cuba, tierra de los babalaos, sacerdotes de la religión Yoruba. Recordemos que Santos fue ungido por los mamos de la Sierra Nevada.
Para no ser perseguidos por los españoles los negros esclavos empezaron a rezarle a los santos católicos bajo cuyos íconos veían a sus deidades africanas. Los comandantes de la guerrilla ahora quieren ver tras la cara de Santos a un demócrata y le han ofrecido en sacrificio su programa agrario democrático-revolucionario a cambio de una mera reforma que satisfaga a los industriales del campo, dejando en paz a los grandes terratenientes. Del ahogado el sombrero, dirán.
Santos sabe que Babalú Ayé no es más que Lázaro de Betania, resucitado por Jesús de Galilea. Quiere así, con la llave de la paz, abrir la tumba en la que lo están sepultando las encuestas. No debemos descartar que lo logre, pues como es tradicional en Colombia en la política burguesa nadie está muerto. Con la reelección de Santos tendríamos el primer presidente zombi de nuestra historia.
Fe de carbonero
Pero los trabajadores y los pobres de Colombia no estamos condenados a seguir arrastrando la cruz del capitalismo. Es lo que nos demuestran los mineros del carbón de Cerrejón con su huelga, los caficultores y los camioneros con el bloqueo de carreteras o los trabajadores de la Universidad Nacional que han exigido 30% de incremento salarial. No piden milagros, confían en sus propias fuerzas y en la justicia de sus reclamos. Son esas las luchas que debemos tratar de articular en un solo frente contra las políticas antipopulares de Santos. Y hacer lo posible por mandar a este gobierno al mismísimo infierno.