No siempre es lo que parece. Mientras se recordaba el 11º aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y el presidente Barack Obama se jactaba, en un acto público cargado de intereses electorales, de haber eliminado a Bin Laden y de que EEUU eran un lugar más seguro actualmente, en varios países del Norte de África y Medio Oriente –región atravesada por un formidable proceso revolucionario– estalló una serie de protestas radicalizadas que se enfrentaron con expresiones del poder imperialista.
El detonante de las protestas fue la exhibición de una película producida en EEUU, llamada “Inocencia de los Musulmanes”, que ridiculiza de forma grotesca la vida de Mahoma –máximo profeta de la religión musulmana–, presentándolo entre otras cosas como un ser de escasa inteligencia, acosador sexual, pedófilo y ladrón. La intención del video es mostrar a todos los musulmanes como “inmorales” y gratuitamente violentos. El filme, de pésima calidad y hasta ahora casi desconocido, fue producido por un tal Nakoula B. Nakoula, que según la prensa internacional sería un cristiano copto que reside en California. El polémico “cineasta” declaró al diario The Wall Street Journal que su producción es “una película política, no religiosa” y que su intención era efectivamente mostrar que “el islam es un cáncer”.
No cabe duda de que tamaña provocación sólo podría generar una indignación tremenda de las masas seguidoras del Corán, cuyos teólogos más importantes consideran que el sólo hecho de pintar o representar de alguna forma a Alá y a Mahoma es un sacrilegio mortal. Pero es otro el motivo de fondo. Como explicaremos más adelante, más allá del aspecto religioso, existe en los pueblos árabes y musulmanes una rabia acumulada contra toda la opresión imperialista en la región y, en particular, contra la ofensiva ideológica del imperialismo –reforzada después del 11 de setiembre de 2001– que pretende fijar la idea de que “todos los árabes son terroristas”.
Un reguero de pólvora
Las protestas más radicalizadas comenzaron en Egipto, donde miles de personas salieron de la mítica Plaza Tahrir y cercaron la embajada norteamericana. Centenas de activistas treparon los altos muros y llegaron a arrancar del mástil la bandera estadounidense e izar una con el lema: “No hay otro dios que Alá y Mahoma es su profeta”.
La policía egipcia consiguió dispersar a los manifestantes pero estos se reagruparon y continuaron avanzando hacia la sede diplomática, abriéndose paso con piedras y cócteles molotov. La principal exigencia es la expulsión de la embajadora norteamericana, por parte del presidente Mohamed Morsi, perteneciente a la Hermandad Musulmana. La policía egipcia erigió en estos días, en la capital, un muro de concreto que bloqueó la calle principal camino a la embajada. Hasta el cierre de este artículo, fueron reportados al menos 250 heridos en El Cairo. Por otro lado, en la península del Sinaí, donde el ejército de Morsi lleva a cabo un operativo represivo contra el “terrorismo” y ha bloqueado nuevamente la frontera con Gaza desde comienzos de agosto, un grupo armado atacó el cuartel de la Fuerza Multinacional de Paz y Observadores de la ONU, en Al Gora, con un saldo de ocho militares egipcios heridos.
Libia tuvo una tarde similar. El punto agudo llegó en horas de la noche. En medio de una multitudinaria manifestación, una milicia armada atacó el consulado norteamericano en la ciudad oriental de Bengazi, donde a fuerza de tiros de fusil y lanzagranadas mató a los guardias libios y estadounidenses. Con el paso abierto por la milicia, la furiosa multitud entró en el edificio y lo incendió. Durante el ataque murió Christopher Stevens, embajador norteamericano en Libia, además de otros cuatro funcionarios estadounidenses del Consulado.
Este hecho no es menor. La última vez que un embajador estadounidense fue asesinado en su puesto fue en Afganistán, hace 33 años. Por otro lado, Stevens no era cualquiera en el cuerpo diplomático norteamericano. Era considerado un especialista en asuntos relacionados con Medio Oriente y, cuando estalló la guerra civil en Libia, participó directamente de las negociaciones con el Consejo Nacional de Transición (CNT) y la OTAN.
Desde estas primeras manifestaciones en Egipto y en Libia, la furia popular se desató en toda la región.
Se dieron protestas similares en Teherán, capital de Irán, donde medio millar de personas gritaron “¡Muerte a América y a Israel!” frente a la embajada suiza que representa a Estados Unidos en ese país.
En Bagdad y Basora, capital y segunda mayor ciudad de Irak, respectivamente, también se dieron movilizaciones importantes.
En Túnez, al menos cuatro personas murieron en la capital y otras 49 resultaron heridas en medio de intentos de invadir la embajada de Estados Unidos y con la quema de un colegio norteamericano.
En Sudán, los manifestantes entraron en la sede diplomática norteamericana e izaron una bandera islámica. En ese mismo país, miles de personas también se manifestaron frente a las embajadas del Reino Unido y Alemania. Por el momento, se registraron tres muertos en los enfrentamientos con la policía.
En Trípoli, ciudad de El Líbano, murió un manifestante y centenas de personas incendiaron un restaurante de comida rápida estadounidense coincidiendo con la visita al país del Papa católico, Benedicto XVI. La coincidencia de la visita papal con las manifestaciones frustró el intento del jefe del Vaticano de aparecer como paladín de la armonía y la paz. Su presencia sólo sirvió para atizar más el fuego, pues las masas musulmanas lo vieron, con justa razón, como un representante con sotana del imperialismo.
En la India, también hubo intentos de asaltar la embajada estadounidense, con un saldo de 86 detenidos por los disturbios.
En Yemen, multitudinarias manifestaciones cercaron la Legación que responde a Washington en la capital, Saná, al punto de trepar los muros de su estructura, más parecida con una fortaleza militar. Por ahora, murieron 4 personas y otras 15 han resultado heridas.
En Nigeria,el ejército disparó contra los manifestantes para dispersar a la multitud y ha causado varios heridos. En Afganistán también se realizó una serie de movilizaciones con quema de banderas de Estados Unidos, donde hasta el momento murió una persona, en Kabul.
También se dieron fuertes manifestaciones en Gaza, Pakistán, Indonesia y Marruecos.
La reacción del imperialismo
El gobierno de Obama tomó distancia del polémico video, pero advirtió que “ningún acto terrorista quedará impune”. Continuó reafirmando que “Vamos a encontrarnos con muchos retos pero nosotros vamos a seguir defendiendo nuestros valores aquí y en el extranjero. Eso es lo que hacen nuestras tropas, nuestros diplomáticos y nuestros ciudadanos”.
Obama ordenó el envío a Libia de dos buques de guerra y de un grupo de 200 efectivos de élite del cuerpo de Marines, conocido como Fleet Antiterrorism Security Team, que tienen la misión de proteger las embajadas y la propiedad norteamericana en todo el mundo. Washington también mandó una fuerza de marines para reforzar la protección de sus diplomáticos en Yemen.
Otra medida de urgencia que tomó el gobierno norteamericano fue la evacuación de todo el personal diplomático “no esencial” de las embajadas de Túnez y Sudán.
En el terreno político, además de afirmar en repetidas ocasiones que no tiene nada que ver con la realización del polémico video y hasta condenar su contenido, Estados Unidos ha intentando reafirmarse en su cínica pose de “aliado” de las revoluciones árabes actuales. Por ejemplo, pretendió mostrar al ex embajador Stevens, como un incansable “amigo y aliado de los libios”, y así por delante. En este sentido, EEUU intenta apoyarse en lo que ha podido capitalizar de su política de reubicarse frente a procesos revolucionarios como los de Egipto, Libia o Siria, en los cuales pasó de sostén férreo de los dictadores a promover la salida de los mismos cuando mantenerlos era más un elemento de desestabilización que de estabilización de la situación política. Pero todos estos realineamientos y movidas tácticas no borraron de la conciencia de las masas toda la opresión y los crímenes históricos y actuales del imperialismo en la región.
Desde esa ubicación política, Hillary Clinton, secretaria de Estado norteamericana, en un discurso instó a los pueblos árabes a no cambiar “la tiranía de un dictador por la tiranía de la turba”. Clinton expresa con claridad el interés que tiene el imperialismo de que estas revoluciones se detengan en el derrocamiento de los dictadores y no avancen en las medidas anticapitalistas y antiimperialistas. En este sentido, Clinton comenzó a apretar a los actuales gobiernos surgidos de las revoluciones en la región, instando: “Los líderes responsables de estos países tienen que hacer todo lo que puedan para restaurar la seguridad y traer a la justicia a aquellos que están detrás de estos actos violentos”. Frente a la presión del imperialismo, todos los gobiernos o direcciones burguesas, comenzando por Egipto, Libia y Túnez, han respondido colocándose de forma servil al servicio de “pacificar” las revueltas.
Las causas de las protestas y lo que muestran
Es evidente que esta impresionante ola de manifestaciones radicalizadas y simultáneas, direccionadas a un objetivo común –las embajadas y símbolos de EEUU–, no se explica solamente por la comprensible indignación que aquella película –tan burda como provocadora– pudo causar en las masas musulmanas.
Concluir lo anterior, tal como la prensa mundial intenta hacernos creer, sería caer en una contraproducente superficialidad que sólo impedirá comprender los motivos de fondo.
En este sentido, apuntamos algunas cuestiones que explican el trasfondo y el significado de estos hechos.
1- Lo primero es que la base de las movilizaciones y protestas radicalizadas no tienen el elemento netamente religioso como determinante. Esto puede haber sido el detonante, pero la explicación fundamental de toda esta explosión de rabia popular la encontramos en la explotación y la opresión que el imperialismo impone históricamente en toda la región.
Las masas árabes tienen una importante conciencia de que las riquezas de sus pueblos son sistemáticamente saqueadas por las empresas multinacionales y los bancos de los países imperialistas, comenzando por las estadounidenses y europeas. Este saqueo es parte de una histórica política colonialista de las principales potencias económicas que, en los últimos años se profundizó con las invasiones y ocupaciones militares en Afganistán e Irak, con el fin de rapiñar las reservas de petróleo, sumado a todos los efectos catastróficos que provoca la crisis mundial del capitalismo en las economías de la región. Esta crisis estructural tuvo su máxima expresión con la crisis de los alimentos iniciada en 2008 y que fue uno de los elementos detonantes de todo el proceso revolucionario que comenzó a finales de 2010.
No es casual, entonces, el legítimo odio antiimperialista que sienten las masas árabes. Esto tiene que ver con siglos de opresión colonialista –expresada en una dominación económica, política y militar que los mantiene en la miseria– en aras de engordar a las burguesías imperialistas. Este sentimiento de repulsión se extiende al Estado nazi-sionista de Israel, a partir del hecho de ser este un enclave militar-político del imperialismo en toda la región, un Estado genocida con un historial de décadas de agresiones militares y de usurpación de territorios de los pueblos de la región, fundamentalmente del pueblo palestino.
Lo importante es que los hechos demuestran que toda esta bronca antiimperialista de las masas árabes no se ha atenuado con los discursos hipócritas, las movidas y reubicaciones tácticas que el imperialismo yanqui viene realizando para enfrentar las revoluciones en África del Norte y Medio Oriente.
2- La onda de explosiones antiimperialistas se dan en el marco del proceso revolucionario abierto en África del Norte y Medio Oriente. Este proceso continúa en curso, con avances y retrocesos, con desigualdades en lo que atañe a su profundidad y sus ritmos político-militares, en toda la región. Contra aquellos que pretenden separar los procesos, analizándolos de forma fragmentada y no como particularidades de un todo, esta realidad confirma, una vez más, el carácter internacional de este proceso.
3- Tomando algunos casos significativos podemos ver que en países como Túnez o Yemen, donde el imperialismo y las direcciones burguesas del proceso revolucionario habían dado pasos importantes en la estabilización política de la situación, la realidad aún dista mucho de ese objetivo.
Otra muestra de que ni el imperialismo ni las burguesías árabes pueden dormir tranquilas es, con más claridad, el caso de Libia. Si bien en este país –donde hace ya casi un año se produjo el derrocamiento y la destrucción del régimen de Gadafi a manos de una revolución popular–, tanto el antiguo CNT como el imperialismo consiguieron incorporar sectores de las milicias populares en sus planes de reconstruir el ejército y el Estado burgueses –que fueron destruidos por la revolución– y, por otro lado, consiguieron desviar parte del proceso a través de las elecciones legislativas de junio y la asunción de un nuevo parlamento y primer ministro, es un hecho que existen aún cientos de milicias populares armadas en el país.
Fue una de estas milicias la que protagonizó el ataque a la embajada norteamericana y asesinó al embajador Stevens. Posterior a este hecho, según informó Al Jazeera, las nuevas autoridades libias cerraron el espacio aéreo en Bengazi, autorizando sobrevolar la zona solamente a los aviones sin tripulantes de Estados Unidos, hecho que ocasionó que varias milicias abrieran fuego contra las aeronaves imperialistas.
Estos acontecimientos, una vez más, echan por tierra la tesis del castro-chavismo –defendida en su momento y ahora trasladada al caso sirio– de que el pueblo libio armado y organizado en milicias no era sino bandas de “mercenarios” pagados por el imperialismo o, al decir del PTS-FT –que desde el trotskismo se transformó en difusor de esta tesis, adornándola con frases “revolucionarias” –, que las masas eran “tropas terrestres de la OTAN”. Como mínimo, serían bastante anómalos aquellos “mercenarios pagados por el imperialismo” o esas “tropas terrestres de la OTAN” que ahora asaltan y matan a sus embajadores y jefes políticos, o disparan contra sus aviones.
La onda expansiva de ataques a las embajadas norteamericanas ha dejado al descubierto, también, el carácter intrínsecamente contrarrevolucionario de las direcciones burguesas y pro-imperialistas que, debido a la crisis de dirección del proletariado, dirigieron hasta ahora los procesos revolucionarios contra las dictaduras, en la región. Todas estas direcciones, comenzando por la Hermandad Musulmana y pasando por los gobiernos de Libia, Yemen y Túnez, se han apresurado a “pedir disculpas” a sus amos imperialistas por los ataques y manifestaciones, y se han empujado unas con otras por ser las primeras en “garantizar la seguridad” de las propiedades y representaciones diplomáticas de EEUU en sus países, lo que no significa otra cosa que desmovilizar o reprimir las manifestaciones populares.
En Egipto, el caso de la Hermandad Musulmanan grafica esta situación. Después de una primera condena al video, y de la convocatoria –por parte de la Hermandad– a manifestaciones contra la “ofensa al Islam”, Morsi dio marcha atrás a partir de una dura advertencia de Obama contra cualquier tipo de actitud ambigua. El presidente norteamericano le dio a Morsi un ultimátum para detener las protestas de su parte, y declaró que Egipto “no es aliado ni enemigo”. Dicho y hecho. En la manifestación del viernes 14 de setiembre, en Tahrir casi no aparecieron los símbolos de la poderosa cofradía y se difundió una declaración de Morsi donde insistió en “la necesidad de medidas legales de disuasión contra aquellos que quieren perjudicar las relaciones entre los pueblos, especialmente entre el pueblo de Egipto y el pueblo de los EEUU”.
La realidad es que Morsi y la Hermandad Musulmana, al tiempo que intentan no perder su base mayoritariamente musulmana (que ha derrocado a Mubarak y expresa una enorme bronca contra el imperialismo), hacen de todo para ganar la confianza del imperialismo y de organismos como el FMI y el Banco Mundial que le han prometido sendos créditos. Sólo la Unión Europea se comprometió con 449 millones de euros para el periodo entre 2011 y 2013 y prepara otra “ayuda” por valor de otros 500 millones para cuando concluyan las negociaciones de El Cairo con el FMI, sobre un préstamo de 4.800 millones de dólares.
Estas explosiones populares son altamente progresivas, pues cuestionan instituciones y símbolos de la opresión y explotación colonialistas, en nuestros días capitaneada por Estados Unidos. Son producto y al mismo tiempo estimulan el proceso revolucionario de conjunto, al contrariar la política del imperialismo yanqui y de su enclave militar, Israel, en toda la región. Toda la política actual de pacto del imperialismo con las direcciones políticas burguesas del mundo árabe tiene como objetivo mantener lo esencial de la política de saqueo histórico; esto se ve, por ejemplo en Egipto, en el interés supremo de mantener el Tratado de Paz con Israel y la ayuda financiera al ejército de ese país. Estas luchas, al cuestionar las representaciones políticas del imperialismo, van en contra –aunque de forma más inconsciente– de todo este orden de cosas.
No sólo esto; colocan también en mejores condiciones la necesidad y la posibilidad de que las masas árabes realicen la experiencia política que precisan para superar a estas direcciones políticas burguesas –religiosas o no– que actúan como freno del proceso revolucionario en curso, como la Hermandad, el gobierno libio o el Consejo Nacional Sirio y el Ejército Libre de Siria.
La realidad demuestra que el pasto está seco y que cualquier chispa puede generar incendios mayores o menores. Esto es así porque los problemas estructurales que detonaron la onda de revoluciones en la región no han sido resueltos ni mucho menos.
En este sentido, es necesario, al calor de estas y otras luchas, construir una dirección política revolucionaria e internacionalista que conduzca cada enfrentamiento en el marco de un programa consecuentemente antiimperialista y anticapitalista, es decir, socialista. Es preciso un programa que avance mucho más allá de las caídas de las dictaduras –paso fundamental pero parcial– o de las explosiones espontáneas como estas; un programa que exija a los nuevos gobiernos y/o direcciones la ruptura de todos los tratados que atan a estos países con el imperialismo, y la expropiación de todas sus empresas. Porque no hay salida a los problemas estructurales sin expulsar al imperialismo de la región y expropiar a las burguesías nacionales, para así iniciar la construcción del socialismo en todo el mundo árabe.
El proceso revolucionario colocó desde el comienzo el desafío central de profundizar la lucha de las masas hasta la toma del poder por las clases trabajadoras y explotadas, conformando gobiernos apoyados en las organizaciones obreras y populares, sin patrones y sin el imperialismo y sus agentes.