El futuro incierto de las FARC

Alfonso Cano, comandante de las FARC,muerto en combate.

La muerte en combate de Alfonso Cano, jefe del Secretariado de las FARC desde el momento de la muerte natural de Manuel Marulanda Vélez, vuelve a colocar en primer plano la discusión de cuál es el futuro de esta organización, la validez de su estrategia política-programática e incluso su futuro militar.
Una discusión seria en este terreno tiene validez y vigencia porque el accionar y política de las organizaciones guerrilleras (sustancialmente el de las FARC en estos últimos años dada su magnitud militar) ha tenido una importancia significativa en muchos de los procesos que afectan a millones de explotados que buscan un camino para defenderse de las estrategias y planes de la gran burguesía, los terratenientes y el imperialismo.
Desde nuestro punto de vista –obrero, socialista, revolucionario–, no se trata de las especulaciones superficiales sobre la reconfiguración de la nueva línea de mando o la incidencia que cada una de las características de los sucesores pueda llegar a tener en la orientación de la nueva organización.
Se trata de mirar el panorama de conjunto, sin colocarse del lado de la campaña mediática gran burguesa contra la “violencia guerrillera”, contra el “fracaso de la lucha armada”, que hace constantes llamados a la desmovilización, desarme y entrega. Hay que buscar el camino que permita que miles de activistas honestos que miran aún la lucha guerrillera como la mejor opción de enfrentamiento a la explotación y opresión puedan continuar siendo luchadores revolucionarios, antiimperialistas y enemigos de la explotación capitalista; más allá de qué suceda en el futuro con las propias FARC y su dirección.

El poder no nace del fusil…
En el terreno estrictamente militar, cuando se miden en un ambiente temporal y espacial muy delimitado dos fuerzas militares, la máxima del gran líder de la revolución china triunfante en 1949, Mao Tse Tung, de que “el poder nace del fusil” es indiscutiblemente cierta.
En el terreno político, en el conjunto del proceso revolucionario, en el marco de la lucha de clases más general nacional e internacional, es absolutamente falsa. Un aprendizaje errado de la máxima maoísta, traducida luego a versiones criollas a través de la experiencia específica de la revolución cubana, dio pie a la catastrófica concepción de que en todo momento, tiempo y lugar está planteado el enfrentamiento armado con los explotadores y opresores. También a la versión estalino-colombiana (copiando burdamente las formulaciones leninistas) de combinación constante y permanente de todas las formas de lucha.

El poder nace de las masas…
Para la gran burguesía imperialista y nacional, para los terratenientes y toda clase de explotadores, que son una absoluta minoría en la sociedad actual, “su” poder nace en primera instancia, ante todo y sobre todo, del control que tienen sobre el conjunto de medios de producción de la misma sociedad. Es decir, tienen poder por ser la clase económicamente dominante, lo cual a su vez les garantiza ser la clase políticamente dominante a través del Estado e imponer al conjunto social su dominio ideológico. Por supuesto, elemento decisivo y fundamental, las contradicciones que ello genera, la inocultable y permanente “lucha de clases”, les obliga a tener a la mano, siempre disponible y cargado, un fusil. Pero buscan que ese “fusil”, sus fuerzas armadas y de represión, sea aceptado y asumido como propio por el conjunto de la sociedad, incluidas todas las clases y sectores explotadas y oprimidos.
Por el contrario, por la propia estructura y funcionamiento de la sociedad capitalista, el poder de los explotados y oprimidos radica ante todo y sobre todo en su número, en su masividad, en que sin la actividad de todos ellos la sociedad no funciona. Esa fuerza les brinda la posibilidad (es decir, es un poder potencial) de cambiar la sociedad completa y totalmente. Y esa fuerza masiva, cuando logra altos niveles de organización, de centralización y es dirigida u orientada conscientemente hacia el objetivo de derrocar del poder político a la burguesía, de expropiarle el control sobre los medios sociales de producción, es incontenible, arrolladora y no hay “fusil” que la pueda detener. Ella misma logra colocar una parte de los fusiles (vía la división del ejército que se produce prácticamente en todo proceso revolucionario) del lado de la revolución y tiene la capacidad para rápidamente, si se hace necesario, conformar la propia capacidad militar que le garantice su triunfo y que lo defienda posteriormente. El ejemplo reciente más categórico ha sido el proceso en curso en el norte de África, que el caso de Egipto paralizó al Ejército, en Libia lo destruyó por la vía de una guerra civil y la interesada intervención imperialista a través de la Otan, y en Siria lo ha puesto en jaque. O, por la negativa, el control totalitario de Barheim a manos del ejército saudí.
Esta verdad profunda, ignorada, olvidada o que no es parte del método y la concepción programática de muchas organizaciones guerrilleras condujo a concebir el proceso de lucha revolucionaria como un enfrentamiento entre aparatos militares, llevando tarde o temprano a las organizaciones que así han actuado a un callejón sin salida.

El programa lo define todo… y delimita campos
Si la fuerza reside en las masas y el fusil es solo un elemento de esa fuerza en un momento determinado, el elemento fundamental es el programa. Él permite orientarse, tener una brújula y que los revolucionarios no se pierdan en medio de la espesa y peligrosa selva de la lucha de clases, cayendo en las más variadas trampas que tiende la burguesía.
Con decenas de fusiles y explosivos y un aparato militar bastante consistente, enfrentados militarmente con un régimen político reaccionario, por ejemplo, se puede terminar al final del camino convertidos en agentes, administradores y servidores de la burguesía y el imperialismo. Las “soluciones políticas negociadas al conflicto social y armado” son más de una vez una vía para ello. Y esto no es solo un asunto individual. No nos referimos única y exclusivamente a los individuos que fueron dirigentes guerrilleros “radicales” en su momento y que hoy son directos administradores de estados burgueses o de algunas de sus instituciones en diversos países.
Mirado el asunto individual y superficialmente podrían ser tildados de “traidores”. Los ejemplos sobran: Dilma Rousseff en Brasil –de Vanguardia Armara Revolucionaria Palmares, José Mujica en Uruguay –de los Tupamaros–, Ortega en Nicaragua –del FSLN–, el FMLN en El Salvador, Navarro y Petro en Colombia –del M-19. Pero lo decisivo es que las organizaciones de las cuales hacían parte hicieron el mismo tránsito; determinado completamente por su programa exclusiva y únicamente democrático-burgués. Sólo tienen un carácter evolucionario en el enfrentamiento a regímenes burgueses dictatoriales pero completamente reformistas y agentes de la burguesía cuando ella los integra a su régimen. El ejemplo histórico más diciente ha sido el desmonte del proceso revolucionario centroamericano de la década de los ’80 que se inició con el triunfo sandinista en Nicaragua y culminó con la asimilación del Farabundo Martí salvadoreño a la democracia burguesa. Esa “primavera” guerrillera terminó con la derrota de la revolución en todo el istmo y la frustración de toda una generación de revolucionarios. Y para colmo de las paradojas, la dirección castrista cubana, que debería haber sido acicate de la estrategia guerrillera, fue agente de su capitulación política.
Es que el programa, ese elemento síntesis que señala con precisión qué clase de sociedad defiende cada organización y partido, determina que, si es sólo reformista y democrático, más allá de muchas idas y venidas, vueltas y revueltas, se termine colaborando, conciliando y participando de la estructura de explotación y opresión de la sociedad burguesa.

¡Callejón con salida!
Militarmente las FARC aún pueden proclamar que no se encuentran en un callejón sin salida. Su capacidad militar y financiera le permite resistir durísimos golpes, como la pérdida sistemática de elementos claves de su cúpula militar y política. Pero sin la menor duda las salidas de que disponen son cada vez menos, por lo menos en el momento actual.
No se trata únicamente de las sendas y trochas que les permitan escurrir el bulto ante la persecución implacable de las fuerzas armadas de la burguesía colombiana, asesoradas, financiadas y dirigidas estratégicamente por el imperialismo. Se trata de cuáles son las salidas políticas posibles, si es que no han de terminar fundamentalmente dedicadas a su “propia guerra” o como una especie de confederación de grupos armados de diversa índole, algunos con una relativa cohesión ideológica y otros dedicados a “su propio negocio”, combinando el secuestro, la extorsión y el control de rutas y laboratorios de diversas sustancias y minerales.
La “negociación” que estuvo planteada bajo el tapete en los últimos meses se ha cerrado temporalmente con la muerte de Cano. Sería especular si la decisión del bombardeo respondió a una estrategia de “doblegamiento” por parte del gobierno o si fue, por el contrario, continuidad “normal” de la estrategia de aceptar una posible negociación mientras avanzan en el debilitamiento militar.
Pero si lo militar no es lo decisivo en la existencia y carácter del revolucionario, los revolucionarios que militan dentro de las FARC o las han mirado con simpatía tienen a la vista otros puntos de referencia, más capaces de propinar duros golpes políticos a la burguesía y el imperialismo que una emboscada a una patrulla militar.
A modo de ejemplo, las huelgas de los trabajadores de la Pacific Rubiales, la multinacional canadiense petrolera, es un golpe más fuerte al corazón de los empresarios capitalistas que el secuestro de cuatro técnicos de cualquier multinacional petrolera. Y, lo que es más decisivo, se constituye en un gran avance de miles de trabajadores en sus niveles de organización y conciencia, que si se consolida puede dar más potencia a la lucha obrera y popular del país que 50 o 100 nuevos fusiles en medio de la selva.
Igual podríamos decir de la masiva y multitudinaria lucha del movimiento estudiantil que, si bien no ha colocado contra las cuerdas al gobierno de Santos en relación a su proyecto privatizador de la educación sí está a punto de conquistar una nueva correlación de fuerzas obligando al retiro de dicho proyecto del Congreso. Y eso es una conquista política, en organización, conciencia y capacidad de lucha miles de veces más importante, así sea solo en el terreno democrático de la defensa del derecho a la educación, que colocar cuatro bombas en el oleoducto trasandino.
Buscando en esa dirección está la salida revolucionaria al callejón que pareciera no tenerla.