"La situación actual en Egipto es un poco complicada y muy peligrosa” –afirma Tarek Shalaby, vocero de la organización Socialistas Revolucionarios–. “Los Hermanos Musulmanes, que constituyen la oposición más firme al régimen provisional del general Al Sisi, están siendo masacrados y encarcelados. Miles han muerto durante la represión del ejército contra ellos tras su ilegalización y miles sufren torturas y están en prisión sin juicio ni cargos contra ellos. Ahora la Junta se vuelve contra la oposición de izquierdas y los grupos revolucionarios, contra aquellos que no apoyan a Mubarak, el ejército y los propios Hermanos Musulmanes y entre los que se encuentran islamistas moderados, gente de izquierda, laica o no, y demócratas neoliberales. Da un poco de miedo. Existe una estrategia contra todos los que estamos en actividades políticas contra el gobierno". (Elpais.com, 14 de enero de 2014, todas las siguientes citas tomadas de la misma fuente).
La violenta represión del gobierno contra las manifestaciones independientes de conmemoración del tercer aniversario del derrocamiento de Mubarak, el pasado 24 de enero, corroboran plenamente la descripción realizada por Tarek. Más de 50 participantes fueron muertos, la enorme mayoría entre los seguidores de la Hermandad Musulmana que, pese a los duros golpes recibidos en los meses anteriores, aún demuestra importante fuerza de convocatoria.
¿Un interregno contrarrevolucionario?
Es bien difícil pronosticar hacia dónde avanzará en los próximos meses la revolución egipcia y cuánto durará el periodo actual. Pero los hechos de los meses anteriores (luego del 3 de julio de 2013) permiten afirmar en forma categórica que la revolución y el conjunto del movimiento de masas han sufrido durísimos golpes.
El ciclo que se abre con las gigantescas movilizaciones de masas de hace tres años que condujeron a la caída de Mubarak, al gobierno provisional y posteriores elecciones –ganadas por Morsi–, a la conformación del gobierno Morsi y a su proceso de desgaste ante la incapacidad de dar respuesta a las necesidades más sentidas de las masas, puede ser catalogado de conjunto –más allá de sus vaivenes episódicos– como un ciclo de ascenso.
Durante ese periodo cada vez más las masas ganaron confianza en su fuerza, expresada en la movilización multitudinaria. Las masas trabajadoras y populares sintieron que era su derecho expresar abiertamente, en las calles y plazas, las reivindicaciones y exigencias ante el propio gobierno y ante los patronos. Cada día avanzaba el proceso complejo y tortuoso de hacer la experiencia con las direcciones políticas existentes y con sus diversas estrategias (incluidas las estrategias reaccionarias de la Hermandad Musulmana), abriéndose las posibilidades de formación y desarrollo de alternativas de dirección realmente revolucionarias.
La represión contra las movilizaciones y la organización independiente y democrática de las masas que desarrolló el gobierno de Morsi durante ese periodo no tuvo ni la intensidad ni la fuerza suficiente de producir un retroceso del proceso revolucionario. Por el contrario, cada golpe que el gobierno Morsi intentaba aplicar se convertía en un acicate que intensificaba la propia movilización y organización.
Ese ciclo de ascenso llegó a un pico máximo y crítico durante los días inmediatamente anteriores al 3 de julio de 2013. El día 30 de junio, cuando millones de egipcios se expresaron en las calles contra el gobierno Morsi, representa el mayor avance en ese proceso ascendente y a la vez puso de presente su más gigantesca debilidad. Acorralado por la crisis económica, sin capacidad de respuesta a las demandas económicas y por libertades democráticas de las masas, el gobierno de la Hermandad entró en absoluta crisis. Había conquistado el triunfo electoral a caballo de las movilizaciones anteriores y gracias a contar con una sólida implantación social y una enorme fuerza militante organizada y cohesionada por su ideología religiosa reaccionaria.
La inexistencia de una dirección revolucionaria con sólida influencia de masas permitió que, en medio de una profunda confusión política, la contrarrevolución encabezada por los militares diese el zarpazo del 3 de julio, usurpando la revolución, sustituyendo al gobierno Morsi por un gobierno de los propios militares e iniciando un profundo proceso de golpes contrarrevolucionarios que continúa hasta el día de hoy.
¿Reprimir a la Hermandad?
Los militares, con el general Al Sisi al mando, asumen el gobierno conformando un gabinete de bolsillo al cual se integran en forma inicial muchísimos de quienes habían orientado las movilizaciones masivas contra el gobierno Morsi. Se configura así una verdadera capitulación al régimen militar de diversas fuerzas que habían jugado un papel clave en la lucha contra Mubarak y en el proceso de movilizaciones contra el gobierno Morsi.
Tarek Shalaby sintetiza así la situación, mostrando la imperiosa necesidad de diferenciar tajantemente entre la lucha contra el gobierno Morsi (30 de junio) y una actitud de respaldo al gobierno conformado por los militares el 3 de julio de 2013. “Estoy a favor del 30 de junio, pero no a favor del 3 de julio. Salí a la calle el 30 de junio, como miles de egipcios, contra el gobierno de los Hermanos Musulmanes, pero no acepto que el ejército, cumpliendo nuestras demandas, quitara a Morsi y se pusiera en su lugar. Ahora tenemos un gobierno provisional que, sin cobertura legal, retiene a miles de ciudadanos en las cárceles y ha cerrado cinco cadenas de televisión. Es inaceptable. Nada que ver con el 30 de junio o el 25 de enero.”.
Quienes abierta o veladamente justificaron la masiva represión que desató el gobierno contra la Hermandad Musulmana, ante la consigna de ella de restitución del gobierno Morsi, hicieron el papel de idiotas útiles o agentes conscientes del plan contrarrevolucionario. Fue evidente desde el primer instante que tras el aplastamiento a la Hermandad existía el objetivo de más amplio y de largo plazo de aplastar y frenar el conjunto del proceso revolucionario. El 3 de julio de 2013 se convirtió en últimas más que en un “golpe” al gobierno Morsi en el inicio de un conjunto de golpes a la revolución.
Al ametrallamiento de centenares de miembros de la Hermandad y al encarcelamiento de su dirección y miles de sus militantes siguieron rápidamente las más variadas medidas de índole represivo contra cualquier otra clase de movilización u organización que no respaldase abierta y plenamente al nuevo gobierno. Basta un seguimiento más o menos cuidadoso de las noticias para poder mostrar que –más allá de las luchas y movilizaciones de alguna franja del movimiento de masas– la dominante de los últimos meses han sido las medidas y acciones represivas del gobierno.
Cobertura política: Constitución y elecciones
Es bien difícil mantener el poder sólo por la fuerza durante un periodo prolongado en medio de un proceso revolucionario tan profundo y dinámico como el egipcio, en medio de un entorno regional también revolucionario. Por ello, además de la más desaforada represión, los militares tuvieron que dotarse rápidamente de un plan de “legitimización” de su gobierno y del conjunto de medidas que han aplicado.
El 14 y 15 de enero, en forma absolutamente controlada y amañada, sin garantías democráticas de ninguna índole para sus opositores, el gobierno de los militares hizo “aprobar” por más del 95% de los votantes, una nueva constitución –que sustituye la Constitución aprobada durante el gobierno Morsi. Se abrió así el paso a nuevas elecciones presidenciales y legislativas que se realizarán en los próximos meses, sin mayores garantías para cualquier opositor y con los candidatos del régimen, incluido el general Al Sisi a la presidencia, como casi seguros “ganadores”. Es posible que se “legalice” así un gobierno que exprese políticamente el interregno contrarrevolucionario que actualmente vive la revolución egipcia.
No podemos ni minimizar el impacto de los golpes recibidos por la revolución ni afirmar que ella esté derrotada y en un retroceso de larga duración. Los militares y su gobierno ganaron una base de respaldo político, que se expresó en la votación por la nueva Constitución y que se ha expresado igualmente en manifestaciones de apoyo a su favor. Sin embargo, todas las contradicciones sociales y políticas que condujeron al derrocamiento del gobierno de Mubarak, al triunfo electoral de Morsi y a su acelerado desgaste y repudio expresado por millones el 30 de junio de 2013, se mantienen. Ellas son el motor objetivo de la lucha revolucionaria del pueblo egipcio y más temprano que tarde llevarán a millares que hoy respaldan al gobierno y al régimen contrarrevolucionario a voltearle las espaldas y decidirse nuevamente a luchar contra él.
Nuevamente Tarek Shalaby expresa con claridad: “Sufrimos una dictadura militar brutal en todos los sentidos. Parece increíble que esto pase en el año 2014, pero hay masacres con miles de muertos en una tarde. La Junta tiene el apoyo del pueblo y los Hermanos Musulmanes no pueden responder. Si Al Sisi se presenta, como ha dejado entrever, va a ganar en la primera vuelta. Seguro. La gente, aquí, reza a Dios y luego a Sisi. Pero le van a odiar. Nada va a cambiar. No bajarán los precios, ni se reducirá el desempleo. Si con un gobierno provisional hace lo que hace, podemos imaginarnos lo que va a hacer con un gobierno 'legítimo '.”
Difíciles tareas
Las masas egipcias, en poco tiempo y en jornadas heroicas contra los gobiernos de Mubarak y de Morsi aprendieron que con su fuerza y movilización es posible derrotar a un gobierno. Pero derrotar a un gobierno no basta, es sólo un paso inicial. Para que la revolución avance es necesario echar abajo en su totalidad el régimen político que se expresa a través de las combinaciones de diversos gobiernos; y continuar avanzando en un proceso de verdadera revolución permanente.
En Egipto una institución decisiva del poder político es el ejército, agente directo de las políticas del imperialismo para la región. En parte la crisis de la cúpula militar con el gobierno de Morsi se puede explicar por profundas divergencias entre políticas imperialistas y las políticas que, respecto al proceso revolucionario en la región, expresa la Hermandad Musulmana. Por eso el imperialismo guarda un silencio cómplice ante el baño de sangre desatado por los militares, guardándose para otras ocasiones su hipócrita política de defensa de los derechos humanos.
En el momento actual el principal enemigo de las masas trabajadoras y populares egipcias es el gobierno militar, representante directo del régimen. Para derrotar a dicho régimen, para buscar su caída, es necesario derrotar al actual gobierno o al que surja de cualquier elección amañada en el futuro. Una derrota a dicho gobierno y las posibilidades de derribar el régimen que lo sustenta plantearía casi seguramente la división de las Fuerzas Armadas, hecho que aún no ha logrado producir la revolución egipcia; lo cual muestra una de sus enormes debilidades.
Contra el actual gobierno y contra sus medidas hay que tratar de movilizar todas las fuerzas, intentando en lo posible la mayor unidad de las mismas. Y el conjunto de consignas que los revolucionarios presenten para buscar la lucha y la movilización de masas deberá incluir en destacadísimo lugar, además de la defensa de las condiciones de vida, la defensa de las libertades democráticas de expresión, organización, movilización y actividad política para todas las fuerzas, organizaciones y sectores de masas que luchen y se opongan al gobierno, incluida la Hermandad Musulmana.
Respecto a las libertades democráticas hay que partir de la posición que expresa Tarek, al señalar: “No apoyamos la violación de los derechos de otros ciudadanos egipcios, aunque no estemos de acuerdo con ellos”. Los revolucionarios en Egipto, explicando pacientemente nuestra posición, debemos exigir el cese de toda represión (incluida la represión a la Hermandad Musulmana), la libertad para todos los activistas y dirigentes políticos encarcelados por el actual gobierno, plena libertad de actividad política para todos los partidos, etc.