Las campañas electorales no son el terreno ideal para la lucha por los derechos de los trabajadores y los pobres. Eso lo comprobaron los campesinos con el paro agrario, pues fue gracias a su movilización que obligaron al gobierno a sentarse a negociar, impusieron medidas de emergencia y le arrancaron unos cuantos miles de millones en subsidios. También lo aprendieron los universitarios en las calles cuando frenaron el burdo intento de privatización definitiva de la educación superior. Y es lo que están entendiendo ahora los jóvenes médicos internos y residentes que enfrentan al Congreso exigiendo el hundimiento de una nueva contrarreforma a la salud. Así es: solo la lucha cambia la vida.
Pero lo paradójico es que muchos de los que luchan cuando llega la hora de votar lo hacen por sus enemigos. O se dejan engañar por los que dicen ser “amigos del pueblo”. Con su voto legitiman periódicamente a los partidos de la gran burguesía, a sus corruptas instituciones estatales y, por acción u omisión, al gobierno burgués de turno y al régimen que lo sustenta. Es lo que piden ahora que hagamos de nuevo. Esta vez la amenaza es que si no respaldamos la reelección de Santos no habrá paz. ¡Mentira! Santos, como Ministro de Defensa de Uribe, fue un promotor sanguinario de la guerra. Todavía está debiendo los muertos de los “falsos positivos”, la expresión más macabra de su perversa eficiencia.
El enfrentamiento electoral Santos-Uribe no es nuestro problema. Nuestra tarea es derrotarlos a ambos, pues representan lo más podrido del establecimiento burgués. Las instituciones del autoritario régimen que preside Santos se hunden en el desprestigio. El Congreso de la República es una cueva de ladrones que venden su voto al mejor postor y chantajean al Ejecutivo a cambio de dietas y primas desmedidas. La cúpula de las fuerzas armadas y todo el aparato represivo del Estado son mercenarios al servicio de los intereses del capital. Las altas cortes son la cabeza de un poder judicial incompetente y venal que garantiza la impunidad a los peores criminales. Y quienes dirigen los llamados organismos de control e investigación, Fiscal y Contralora, se trenzan en disputas públicas provocadas por los negociantes que han saqueado el erario. La Procuraduría, además de ser un botín burocrático, se dedica a perseguir a los segregados y estigmatizados por una cultura patriarcal y homofóbica, reflejando el pensamiento más retardatario.
Es contra ese aparato estatal que han chocado las luchas del pueblo colombiano y al que tenemos que golpear en las próximas elecciones.