La fuerza irresistible de alrededor de 17 millones de personas en las calles es el hecho determinante en el derrocamiento del gobierno de Mohamed Morsi.
Esta movilización, probablemente la más grande en la historia de la humanidad, fue un terremoto político que sacudió los cimientos del régimen militar que impera en el país y que sobrevivió al derrocamiento del dictador Mubarak en febrero de 2011.
La experiencia de las masas egipcias, que se comprobaron su fuerza en la caída de Mubarak, hizo una acelerada experiencia con Morsi, quien llegó la presidencia del país sobre la base de un pacto entre la Hermandad Musulmana y la alta cúpula de las Fuerzas Armadas para preservar el régimen militar.
Un año de mandato fue suficiente para que Morsi, que no respondió a ninguna de las aspiraciones populares tras la caída de Mubarak, se transformase en un cadáver político. El pueblo, hastiado, se levantó con mucha más fuerza que hace dos años y lo derrocó.
Estamos delante de una inmensa victoria de las masas, que la entienden y festejan como tal en las calles y plazas de todo el país.
Es una victoria porque el elemento determinante que derroca a Morsi fue la colosal movilización de las masas. Con este hecho, el régimen militar, aunque no es destruido, sale claramente debilitado, en la medida que los militares se vieron obligados a sacrificar otro gobierno servil a sus intereses, primero el de Mubarak y ahora el de Morsi. Tuvieron que hacer eso no por libre opción, sino para intentar aplacar una movilización popular a nivel nacional, superior a la que echó a Mubarak, y así salvar su régimen.
Este el contenido esencial del hecho y del proceso. Por eso, no podemos engañarnos ante la forma en que se dio la deposición final de Morsi: una intervención directa o golpe político del Ejército.
Debieron cambiar otro fusible y la situación del régimen, con cada golpe del movimiento de masas, es más precaria, por más que aún consigan maniobrar. Primero Mubarak, ahora Morsi, que además era representante de la Hermandad Musulmana, una organización que mantiene un peso importante en el país ¿Cuántos fusibles le quedan a los generales egipcios y al imperialismo?
Según lo anunciado por el comandante en jefe del Ejército y ex ministro de Defensa de Morsi, general Abdel Fatah al Sisi, el actual jefe de la Corte Suprema Constitucional, Adly Masour, asumirá como nuevo presidente. Este personaje deberá conducir un “periodo transitorio” hacia la realización de nuevas elecciones presidenciales y parlamentarias. Una “hoja de ruta” bien conocida por el pueblo egipcio y que puede tener patas cortas.
Vea la Declaración de la LIT-CI de 02 de julio 2013, antes de la caída de Morsi: ¡Fuera Morsi! ¡Fuera militares!
Esta victoria es parcial y tiene como principal contradicción el hecho de que las masas egipcias continúan confiando en las Fuerzas Armadas. Es decir, no identifican a los generales como los enemigos principales. Para las masas, el enemigo más claro e inmediato continúan siendo los gobiernos (Mubarak, Morsi) y no el Ejército como institución, que además supo reubicarse y romper cualquier lazo que los hundiera junto al desprestigiado Morsi.
El nuevo gobierno surgido como respuesta, por dentro del régimen, a la lucha popular de las masas, no podrá responder a las legítimas demandas y aspiraciones democráticas y económicas del pueblo egipcio. Es un gobierno que responde y responderá, como lo hicieron Mubarak y Morsi, al mismo régimen de los generales pagados directamente por el imperialismo. Por ello no podemos depositar en él ninguna confianza y sólo merece la oposición directa del pueblo y el movimiento obrero, juvenil y popular de Egipto.
La gran tarea de los revolucionarios en este momento consiste en explicar pacientemente a las masas egipcias que este no es su gobierno, que será parte del mismo régimen actual y que debemos permanecer movilizados contra sus planes.
¡La lucha debe seguir!
El nuevo gobierno será, además, mucho más débil que el anterior, lo cual crea mejores condiciones para continuar la lucha no solamente contra él sino contra el régimen de conjunto.
La tarea en este momento es, apoyados en la gran conquista que significa echar a Morsi, mantener la movilización para conquistar plenas libertades democráticas, castigar los crímenes no solo de Mubarak sino de toda la cúpula castrense, confiscar sus fortunas y propiedades y anular todos los pactos que tienen con el imperialismo.
En este sentido, es momento de exigir ¡Ruptura inmediata del Tratado de Camp David y con toda la subordinación financiera y política del Ejército con el imperialismo e Israel! ¡No al nuevo endeudamiento de 4.800 millones de dólares con los banqueros de Washington! ¡No al pago de la Deuda Externa para esos recursos sean invertidos en trabajo, salud y educación para el pueblo egipcio!
También debemos luchar por: ¡Aumento general de los salarios! ¡Por un plan económico de emergencia y la reducción inmediata de la jornada de trabajo sin reducción de salario de forma que garantice trabajo para todos! ¡Por la expropiación de las grandes empresas nacionales y multinacionales y del sistema financiero!
En este marco, es necesario mantener la independencia de las organizaciones obreras y populares y, al calor de la lucha, avanzar en la construcción de un partido revolucionario e internacionalista que pueda conducir la movilización hasta la destrucción del régimen militar, en el sentido avanzar hacia la única solución de fondo: un gobierno obrero y popular en Egipto.
¡Viva la revolución egipcia!
Secretariado Internacional LIT-CI
3 de julio de 2013